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Uno figuraba un pie desnudo, de alto puente y empeine corvo, con su inscripción: «Pie ario; nobleEl otro, un pie asentado todo a lo largo, la planta sobre la tierra, con su inscripción: «Pie planípedo, plantígrado o semítico; plebeyoEn las paredes laterales del escaparate, repisas de cristal, con vaciados de pies, en escayola, algunos retorcidos y deformes, y, adherida a la repisa, una indicación: «Repertorio de extremidades, obtenido del naturalEn lo más altanero de la luna de cristal desarrollábase una cinta, a modo de divisa heráldica, declarando, con doradas letras teutónicas: «Una hermosura soberana inspira a Caramanzana

Nosotros íbamos de negro y mi padre hasta se había hecho una camisa toda negra, para la ocasión y para que no se le manchase con los ciscos del tren. La duquesa abrió las maderas de la habitación y se nos quedó mirando: «Vaya, vaya dijo, cuando se satisfizo de mirarnos ; con que éste es el gran Apolonio Caramanzana, y este otro el camuesín....» De allí en adelante me llamó el camuesín.

El rótulo rezaba: «Apolonio Caramanzana, maestro artistaHabía un ancho escaparate, con límpida luna de cristal.

La cosa fué, ¿sabe usted?, que su padre no podía ver a mi familia. ¿Qué habrá sido de Perico? ¿Se llama Perico? , Perico Caramanzana. ¡Y qué bien le iba el nombre! Tenía la cara fresca, coloradina y alegre, como una manzana. ¿Por eso le decían Caramanzana? Es su verdadero apellido. El padre se llamaba Apolonio Caramanzana. Le habrá oído usted mentar. ¡Ah!, era el mejor zapatero de España.

Le he dado un abrazo de agradecimiento y despedida, sin que usted, profundamente dormido, se haya percatado. Ya sabrá usted de . Amigo suyo para siempre, Pedro Guillén Caramanzana.» Y, en efecto, años después, supe y presencié grandes cosas de él, las cuales pienso referir en otra ocasión, si se tercia y no tengo nada mejor que hacer. Es domingo de Pascua de Resurrección.

Se me ocurrió una idea diabólica: «Si yo mañana por la noche trajese a la Pinta y la hiciese entrar en la habitación de don Guillén». Me dormí dando vueltas a aquella idea. Al día siguiente, día de vigilia, don Guillén no se sentó a la mesa. ¿Qué le sucede al señor Caramanzana? inquirió la viuda vejancona, que ya se había enterado del apellido del canónigo.