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Se ocupó con detalle de las ruinas del Cuzco, que considera incásicas, y entrando en consideraciones sobre la antigüedad de la civilizacion del Perú, que es «bien anterior á la especie de renacimiento á la cual los Incas dieron su nombre», se resolvió por el orígen semítico de los habitantes de América, y por el contacto con las civilizaciones del Mundo Antíguo, presentando interesantes analogías en apoyo de sus ideas, pero descuidando lo que mas debió investigar: las naciones que produjeron las construcciones gigantescas que admira.

Uno figuraba un pie desnudo, de alto puente y empeine corvo, con su inscripción: «Pie ario; nobleEl otro, un pie asentado todo a lo largo, la planta sobre la tierra, con su inscripción: «Pie planípedo, plantígrado o semítico; plebeyoEn las paredes laterales del escaparate, repisas de cristal, con vaciados de pies, en escayola, algunos retorcidos y deformes, y, adherida a la repisa, una indicación: «Repertorio de extremidades, obtenido del naturalEn lo más altanero de la luna de cristal desarrollábase una cinta, a modo de divisa heráldica, declarando, con doradas letras teutónicas: «Una hermosura soberana inspira a Caramanzana

El significado exacto del vocablo cajigalinas jamás se supo ni dentro ni fuera del pueblo, ni se llegó a averiguar si era invención particular de don Máximo o si procedía de algún idioma antiquísimo, muerto ya, que el licenciado hubiese estudiado. La palabra por su raíz parece de origen semítico, pero no es posible fallar de plano en este asunto: que los sabios lo decidan.

Los joyeros, de perfil semítico, esperaban detrás de sus mostradores las compras más que las ventas, y ofrecían tranquilamente por la alhaja adquirida allí mismo el año anterior la cuarta parte de su precio. El príncipe adivinó de lejos la personalidad de muchos que en esta hora matinal ocupaban ya los bancos frente á la escalinata del palacio.

Al cabo, el vocablo cajigalinas, de origen semítico, apareció nuevamente en sus labios, y desde entonces no volvió a entrar en las habitaciones de la señora sin que una fina sonrisa de incredulidad vagase por su rostro atezado. Ricardo permaneció todavía un rato al lado de doña Gertrudis y después salió a dar vueltas por la casa en busca de las niñas.