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Armados de un sable corvo que llevaban sostenido entre los dientes, iban trepando por las laderas del cráneo, agarrándose á los haces de cabellos como si fuesen los matorrales de una montaña. Luego, apoyándose solamente en una mano y blandiendo la cimitarra con la otra, daban golpes á diestro y siniestro en la espesa vegetación.

Y luego el calzon estrecho hasta la rodilla, con polainas hasta los piés, y siempre calzado con la sencilla alpargata nacional; el cuerpo medio cubierto por la manta, especie de capa corta ó ruana doblada, con listas de colores vivísimos y menudas borlas; y debajo, asomando como un traidor que medio se oculta, el afilado cuchillo ó navaja de resorte, de larga y aterradora cuchilla, con muelle dentellado y cabo corvo y lleno de adornos mas ó menos artísticos.

Unas voces ásperas, carrasqueñas, desentonadas y gangosas hacian que en mal articulados sonidos la bóveda resonara, parecidas á la voz de los animales cerdudos que en las llanuras de la Mancha responden al corvo y agudo instrumento que los llama. Tapábase los oídos; mas tuvo luego que taparse ojos y narices, quando vió que entraban en el templo unos zafios con palas y azadones.

Ya se había aclarado toda la cara macilenta del enfermo con esta placentera memoria cuando Carmen gritó sobresaltada desde el jardín: ¡Padrino, la nétigua; espántala! Y un ave de blando volar, de uñas corvas y corvo pico, se sostuvo, retadora, un instante en el vano del balcón, agitando sus plumas remeras y graznando con lúgubre tono.

Lo llevaba con frecuencia a sus mejillas, besándole el corvo pico. El afán de novedad le hacía reclamar luego un mono que ostentaba su hermano en un hombro, bestiecilla inquieta con ojos de demente y una cola doble de larga que su cuerpo. El muchacho intentaba resistirse: entre el mono y él se había establecido desde el primer momento una dulce simpatía.

Apuesto a que pasa por junto a y no me saluda; ¿apostamos? Aquí viene; me acercaré para que me vea. Le hablaré en flamenco. «Buenas tardes, zeñó Zurupa». Esto decía Mariano acercándose a un jinete que avanzaba por la orilla del paseo, montado en un caballo español puro, de cuello corvo y movimientos tan gallardos como pesados.

Yo tenía diez y ocho años, un morrión con un águila de cobre, que le quité á un muerto, y un fusil más grande que yo. ¡Y el Flaire!... ¡Qué hombre! Ahora hablan del general tal y del cual. ¡Mentira, todo mentira! ¡Donde estaba el padre Nevot no podía existir otro! Había que verlo con el hábito arremangado, sobre su jaca, con sable corvo y pistolas. ¡Lo que corríamos!

Las nubes esparcidas a ras del mar parecían bullones y pliegues de una vestidura que ocultaba su inmenso esqueleto; y otras nubes flotantes en lo alto, una amplia manga, de la que se escapaban vapores más sutiles e indecisos formando un brazo de hueso rematado por un índice seco y corvo como una uña de presa, señalando lejos, muy lejos, el destino misterioso.

El fue quien hizo descubrir al famoso caudillo Aben-Djahvar, por medio de espantosos tormentos, dos escondites de armas en Sierra Nevada. En el paso de Alfajarali recibió en medio de la frente el puntazo de un cuchillo corvo que un morisco, de aquellos que peleaban coronados de rosas en señal de martirio, le arrojó desde lejos.

Ejempli gracia: ese vuestro naso corvo y parvo, e arremangado un tantico como quien va a la frente, me ponía un miedo cerval como a doncella asustadiza: parecíame jeme de gigante sayón desplegado por la mitad de vuestra cara, e las carnes me bullían viendo los anchos lunares como de almagre que le paraban.