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Aparte de su importante y muy valiosa produccion agrícola, de que luego hablaré, y de algunos trabajos de arte, se distingue por su fabricacion de sederías y sus tejidos de lana muy graciosos, tales como las moriscas mantas de colores, que reemplazan la capa ó hacen el papel de la ruana, ó poncho ó sarape de Colombia.

Y luego el calzon estrecho hasta la rodilla, con polainas hasta los piés, y siempre calzado con la sencilla alpargata nacional; el cuerpo medio cubierto por la manta, especie de capa corta ó ruana doblada, con listas de colores vivísimos y menudas borlas; y debajo, asomando como un traidor que medio se oculta, el afilado cuchillo ó navaja de resorte, de larga y aterradora cuchilla, con muelle dentellado y cabo corvo y lleno de adornos mas ó menos artísticos.

Al cuello, un amplio pañuelo de seda que abriga la garganta contra la fría atmósfera de la sabana al caer la noche; luego, nuestro poncho, la ruana colombiana, de paño azul e impermeable, corta, llegando por ambos lados sólo basta la cintura.

Y así, aquella noche los dejaron, y a la mañana les pidieron que se desnudasen, y se halló que de todos sus vestidos juntos no se podía hacer una mecha a un candil. Quedáronse en la cama, digo envueltos en una manta, la cual era la que llaman ruana, donde se espulgan todos.

Dormían y respeté su sueño. Al bajar, encontré a Sáenz, con quien me indemnicé. Me arregló mis zamarros y unas espuelas oregonas de media vara que me había regalado él mismo, me envuelvo bien en mi ruana, y apretando por última vez la mano a aquel amigo, que sabe el cielo si lo volveré a encontrar en los azares de la vida, nos pusimos en marcha. Eran las seis y media de la mañana.

Nos dirigíamos a una de las numerosas haciendas en que está subdividida, la de San Benito, a la que llegamos cuando la noche caía y el viento fresco de la sabana abierta empezaba a hacernos bendecir los zamarros y la ruana cariñosa.

Pero en la misma lona encerada en que había hecho envolver mi traje de viaje de la montaña, conservo religiosamente el suaza, la ruana y los zamarros que me acompañaron en la dura travesía. No olvidaré la cara de un joven diplomático que vino a verme en Viena, habiendo sido nombrado en Bogotá, y a quien mostraba esos pertrechos indispensables en los Andes colombianos.