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Iba en jubón de holanda blanca acuchillado , con una enaguas blancas de cotonía , zapato de ponleví , con escarpín sin media, como es usanza en esta tierra entre la gente tapetada , que a estas horas se subía a su azotea a tocar de la tarántula con un peine y un espejo que podía ser de armar ; y el Cojuelo, viendo la ocasión, se le pidió con mucha cortesía para el dicho efeto, diciendo: Bien puede estar aquí la señora Güéspeda; que yo que tiene inclinación a estas cosas.

Y la Rufina estaba absorta mirando su calle Mayor, que no les entendió la plática, y volviéndose a ella el Cojuelo, le dijo: Ya vamos llegando, señora Güéspeda, donde cumpla lo que desea; que ésa es la puerta del Sol y la plaza de armas de la mejor fruta que hay en Madrid.

El Marqués de la Hinojosa respondió el Cojuelo , conde de Aguilar y señor de los Cameros, Ramírez y Arellano, es el uno, y el otro es el Marqués de Aytona, favorecedor de la Música y de la Poesía, que heredó, hasta la posteridad, de su padre, entrambos camaristas. ¿Qué coche es aquél tan lleno, que va espumando sangre generosísima en tantos bizarros mozos? preguntó la tal Güéspeda.

A este mismo tiempo subía a su terrado Rufina María, que así se llamaba la güéspeda, dama entre nogal y granadillo, por no llamarla mulata, gran piloto de los rumbos más secretos de Sevilla, y alfaneque de volar una bolsa de bretón desde su faldriquera a las garras de tanta doncelliponiente como venían a valerse della.

Fácil cosa será verle dijo el Diablillo tan al vivo como está pasando agora: pide un espejo a la Güéspeda y tendrás el mejor rato que has tenido en tu vida; que aunque yo, por la posta, en un abrir y cerrar de ojos, te pudiera poner en él , porque las que yo conozco comen alas del viento por cebada, no quiero que dejemos a Sevilla hasta ver en qué paran las diligencias de Cienllamas y las de tu dama, que viene caminando acá, y me hallo en este lugar muy bien , porque alcanzan a él las conciencias de Indias.

A este nombre se turbó la güéspeda, y dijo: -Señor, lo que en ello hay es que no tengo camas: si es que su merced del señor oidor la trae, que debe de traer, entre en buen hora, que yo y mi marido nos saldremos de nuestro aposento por acomodar a su merced. -Sea en buen hora -dijo el escudero.

Apenas acabó de decir esto la Güéspeda, cuando comenzaron a pasar coches, carrozas, y literas, y sillas, y caballeros a caballo, y tanta diversidad de hermosuras y de galas, que parecía que se habían soltado abril y mayo y desatado las estrellas . Y don Cleofás, con tanto ojo , por ver si pasaba doña Tomasa; que todavía la tenía en el corazón, sin haberse templado con tantos desengaños. ¡Oh proclive humanidad nuestra, que con los malos términos se abrasa, y con los agasajos se destempla ! Pero la tal doña Tomasa, a aquellas horas, ya había pasado de Illescas en su litera de dos yemas .