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Era la tumba de su viejo amigo, el doctor Reynaud, muerto en sus brazos en 1871, y ¡en qué circunstancias! El doctor era como Bernardo, nunca iba a misa, y jamás se confesaba; ¡pero era tan bueno, tan caritativo, tan compasivo con los que sufrían!... Esta era la gran preocupación, la grande inquietud del cura. Su amigo Reynaud, ¿dónde estaría?

Llamábase este teniente de artillería Juan Reynaud, y era hijo único del médico de aldea que descansaba en el cementerio de Longueval. Cuando en 1846, el abate Constantín vino a tomar posesión de su pequeño curato, un doctor Reynaud, el abuelo de Juan, hallábase instalado en una risueña casita, sobre el camino de Souvigny, entre los dos castillos de Longueval y de Lavardens.

Nuestra tierra no es solitaria, según hace notar Juan Reynaud en el precioso artículo de la Enciclopedia. La complicadísima curva que describe expresa las fuerzas, las influencias diversas que sobre ella obran, atestiguando sus relaciones y comunicación con el gran pueblo de los cielos.

Que vos también le amabais. , y por eso soy tan feliz. Era una idea fija en , adorar al hombre que fuera mi marido... Pues bien, no digo que adoro a Juan, no, todavía no... pero, en fin, ya principio, Zuzie... ¡y el principio es tan grato! Bettina, me inquieta veros en esa exaltación. Convengo en que M. Reynaud tenga mucho afecto por vos... ¡Oh! más que eso, mucho más. Mucho amor, si queréis.

Después de abrazarse tiernamente, varias veces, Richard, dirigiéndose a su cuñada, pregunta riendo: ¡Y bien! ¿cuándo es el casamiento? ¿Qué casamiento? Con M. Juan Reynaud. ¡Ah, mi hermana os ha escrito! ¿Zuzie? No. Zuzie no me ha dicho ni una palabra. Vos, Bettina, me habéis escrito. Desde hace un mes, en todas vuestras cartas, sólo se trata de este joven oficial. ¿En todas mis cartas?

Nuestros arquitectos desprecian tales medios. El faro de los Héaux, construido últimamente por M. Reynaud sobre el peligroso escollo de las Espadas de Tréguier, tiene la sencillez sublime de una gigantesca planta marina.

El sacerdote corrió hacia él; pero ya estaba muerto, herido por una bala en la sien. Esa noche la aldea era nuestra, y al siguiente día se depositó en el cementerio de Villersexel el cuerpo del doctor Reynaud. Dos meses después, el abate Constantín traía a Longueval los restos de su amigo, y detrás del ataúd, a la salida de la iglesia, caminaba un huérfano. Juan había perdido también a su madre.

Procuro hablaros razonablemente, y vos me contestáis siempre... Bettina, tengo mucha más experiencia que vos... Escuchadme bien... Desde que llegamos a París nos hemos visto lanzadas en un mundo muy animado, muy brillante, aristocrático... Podríais ser ya, si hubierais querido, Marquesa o Princesa... , pero no he querido. ¿Os sería completamente indiferente llamaros madama Reynaud?

El cura, a pesar de la resistencia de Juan, iba a lanzarse en el panegírico de su ahijado, cuando Bettina intervino, diciendo: Es inútil, señor cura; no digáis nada... todo lo que podríais decir, lo sabemos. Hemos cometido la indiscreción de tomar informes sobre el señor... ¡oh! casi dije el señor Juan... sobre el señor Reynaud. ¡Y nos los han dado admirables!

Madama Scott y Bettina se detuvieron al ver esta inscripción grabada sobre la piedra: Aquí yace el doctor Marcelo Reynaud, cirujano mayor de los movilizados de Souvigny, muerto el 8 de enero de 1871, en la batalla de Villersexel. Rogad por él. Cuando concluyeron de leer, el cura designando a Juan, les dijo: ¡Era su padre!