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Entraba en su despacho. Volvía entonces a sus máquinas y colecciones; a veces tenía que clavar, serrar o cepillar. ¿Cómo no hacer ruido? Sobre todo, el martillo atronaba la casa. Quintanar lo forró con bayeta negra, como un catafalco, y así clavaba, los martillazos apagados tenían una resonancia mate, fúnebre, de mal agüero, que llenaba de melancolía a don Víctor.

Puesto que brote á cada paso el suelo Poetas, que lo son tantos y tantos? No se oyen sacros hymnos en el cielo? La harpa de David allá no suena, Causando nuevo acidental consuelo? Fuera melindres, y cese la entena, Que llegue al tope, y luego obedeciendo Fue de la chusma sobre buenas buena. Poco tiempo pasó, quando un ruido Se oyó, que los oidos atronaba, Y era de perros aspero ladrido.

Á nuestro joven, no obstante, aquel débil murmullo le atronaba los oídos como el estampido de cien cañones, á juzgar por el susto y espanto pintados en sus ojos. La sangre iba huyendo á toda prisa de su rostro, dejándole cada vez más pálido, hasta ponerse lívido. Tuvo necesidad de cogerse al árbol para no caer. Al cabo de pocos minutos ya no escuchaba.

En cuanto se levantó del asiento, le perdí el respeto que le había tenido mientras permaneciera sentado. En esta posición, y no mirándole a las piernas, lo infundía realmente por sus bigotes, por su corpulencia, y sobre todo por su extraordinario vozarrón, que atronaba los oídos. Mas en cuanto ponía los pies en el suelo, volvía a ser el enano ridículo que me había excitado la risa al entrar.

¡Venga de ahí, Moñotieso! gritó el señorito. Y la cantaora rompió en una soleá, con una voz aguda y poderosa, que después de hincharla el cuello como si éste fuera a reventarse, atronaba la sala y ponía en conmoción a todo el cortijo.

Y, en la mitad deste caos, máquina y laberinto de cosas, se le representó en la memoria de don Quijote que se veía metido de hoz y de coz en la discordia del campo de Agramante; y así dijo, con voz que atronaba la venta: ¡Ténganse todos; todos envainen; todos se sosieguen; óiganme todos, si todos quieren quedar con vida!

Aquella casa... aquel silencio... aquella doña Petronila.... Ana sintió asco, vergüenza y corrió a buscar la puerta. Salió sin despedirse. Llegó a su casa. Don Víctor atronaba el mundo a martillazos. Construía un puente modelo que pensaba presentar en la exposición de San Mateo.

Mi tía, que no era mujer de esperar, se puso también en marcha hasta la bocacalle y me arrastró consigo. En una vieja casa de la vereda norte de la cuadra de Victoria entre Bolívar y Perú se agolpaba la muchedumbre, y de cuando en cuando un cohete volador que partía desde el interior de la casa, atronaba los aires.