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«Huyo de mi deshonra, en vez de lavar la afrenta, huyo de ella... esto no tiene nombre, ¡oh!... lo tiene...». Y ¡zas! el nombre que tenía aquello, según Quintanar, estallaba como un cohete de dinamita en el cerebro del pobre viejo. «¡Soy un tal, soy un tal!» y se lo decía a mismo con todas sus letras, y tan alto que le parecía imposible que no le oyeran todos los presentes.

Tras un macizo de plantas estalló de pronto, como un cohete, el sonido de un piano, con acompañamiento de golpes de timbre. Isidro miró con admiración al muchacho de boina, pañuelito al cuello y anchos pantalones de odalisca que daba vueltas al manubrio. Pero ¡qué talento tenía aquel golfo! ¡Qué musicazo! Nunca había experimentado Maltrana igual impresión: ni en los mejores conciertos.

Mañana, si a mano viene, se mudan ustedes, y el que tome el cuarto, como vea la cal fresca, pide más obras. No podemos. El mes pasado me gasté más de veinte mil reales en reparaciones. Conque, despácheme, que tengo prisa». ¿Pero se ha vuelto usted cohete? Siéntese un momento. Dígame una cosa... No tengo que decir cosas. Que me voy... ¡Ay qué pólvora de hombre! Mire que así va a vivir poco. Mejor.

Mi tía, que no era mujer de esperar, se puso también en marcha hasta la bocacalle y me arrastró consigo. En una vieja casa de la vereda norte de la cuadra de Victoria entre Bolívar y Perú se agolpaba la muchedumbre, y de cuando en cuando un cohete volador que partía desde el interior de la casa, atronaba los aires.

Persona que merece mi confianza; y la señora hará el favor de llamar a su pupila para que diga en concreto la verdad. Salió doña Rebeca como un cohete, y en cuanto echó a Carmen la vista encima, le echó también los brazos al cuello. La muchacha, horrorizada, iba a pedir socorro, cuando se sintió halagada y besada con besos húmedos y repugnantes.

Mal responde el aguero, mal podremos Ofrecer esperanza al pueblo triste, Para salir del mal que poseemos. Hagase ruido debaxo del tablado con un barril lleno de piedras, y disparese un cohete volador. No oyes un ruido, amigo? viste El rayo ardiente que pasó volando? Presago verdadero desto fuiste. Turbado estoy, de miedo estoy temblando, O qué señales en el ayre veo!

Era prohibido tocar a los reos; pero el populacho se desquitaba cubriéndoles de escarnios y maldiciones. ¡Ah! ¡ah! ¡mártires del Diablo, ya veréis cómo escuece! ¡Que os echen dos puñados de sal y un tantico de orégano! ¡Que le metan a ésa un cohete por debajo del rabo pa que le conozco su madre cuando la quema! Una mujer gritó desde una ventana: ¡Arrepentíos, desdichados; pensad en los infiernos!

¿Cómo no baja Soledad? preguntó al fin Paca. ¿Soledad? respondió el guapo dando á su rostro una expresión burlona. Anda y pregunta por ella al sereno. ¿Qué quieres decir? Que ya no vive aquí. Se ha mudado. Pero ¿es de veras? ¡Y tan de veras! Hace más de una hora que ha salido disparada como un cohete. Dios sabe dónde habrá caído.

El señor Bellido era singularmente afecto a los puntos suspensivos. Todas sus sentencias dejaban un rumor silbante de cohete. El que le oía, quedábase anhelante, esperando el estallido de la nuez. Generalmente, los cohetes no llevaban nuez. Pero cuando estallaban, la bomba era de dinamita. Prosiguió el señor Bellido.

El agua está allí como desesperada, verde de cólera, sin un momento de reposo, y lanza contra las rocas todas sus furias, todas sus espumas. Los peñascales negros avanzan desafiando el ímpetu de la ola embravecida, y por las hendiduras de las rocas, huellas del combate secular entablado entre el mar y la tierra, penetra el agua y salta a lo lejos en un surtidor blanco y brillante como un cohete.