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Belarmino resolvió que Xuantipa ya no existía; que no existía Bellido, el usurero; que no existían Apolonio, ni su hijo, el seductor de Angustias; que no había existido el rapto ¡cuánto trabajo le costó suprimir de su alma esta pretendida alucinación o realidad ilusoria...! . Angustias, ésa que existía; como que la había concebido y creado él; era la hija de su alma y de sus entrañas: ¿no había de existir?

Tal fué la bomba de dinamita que don Angel Bellido hizo estallar sobre la mansa cabeza de Belarmino y la frente arisca de Xuantipa. Xuantipa, como más inconsciente, se dejó dominar por el espanto. Belarmino, con su intuición repentina de los sentimientos, comprendió lo que debía responder: Mala ocasión sería para embargarnos, ahora que no hay materiales en almacén ni apenas calzado en existencias.

Ajá, ajá. ¿El franchute apoya? De perlas, hijos, de perlas comentó don Angel Bellido, que éste era el nombre, tan propio cuanto impropio, del prestamista. , señor Bellido. ¿Sale usted del limbo? ¿Quién no sabe que el señor Coliñón es uña y carne con nosotros?

Te entiendo, picarín gangueó el señor Bellido, retirando los ojuelos, uno de ellos con guiños de despedida, detrás de las vidrieras, y retrayendo el pescuezo a su longitud usual . no quieres que se difunda la noticia de que el franchute es tu socio capitalista, ¿eh? Pues, por .... Y para que te convenzas de que merezco tu confianza, voy a darte otra noticia.

Belarmino, con su clarividencia psicológica, adivinó repentinamente que pretendían sobornarle. En otra ocasión, soltando la reserva de coraje y violencia para los casos extraordinarios, se hubiera descarado con los frailes. Pero en aquellos momentos, sangrante aún la herida que Bellido le había abierto y en estado de faraón crónico, lejos de enfurecerse, sintió una manera de alivio y esperanza.

El señor Bellido era singularmente afecto a los puntos suspensivos. Todas sus sentencias dejaban un rumor silbante de cohete. El que le oía, quedábase anhelante, esperando el estallido de la nuez. Generalmente, los cohetes no llevaban nuez. Pero cuando estallaban, la bomba era de dinamita. Prosiguió el señor Bellido.

Por lo pronto, no era verosímil que el francés adelantase todo el dinero que se necesitaba para pagar la deuda de Bellido y montar por lo grande la zapatería. Pero, aun cuando el señor Colignon lo ofreciese, él no lo aceptaba, porque sabía de antemano que era dinero perdido. Confesábase a propio, honradamente, no haber nacido para gobernar un negocio.

Quita allá, hombre de Dios se apresuró a decir el señor Bellido . ¿Pero es que yo he hablado de embargarte? He dicho que si quisiera.... Pero qué lejos está de mi ánimo.... Y más ahora que el señor Coliñón vos apoya.... No es que nos apoye declaró el sincero Belarmino.

A poco de abrir mi padre la zapatería, la de Belarmino se hundió. Un usurero apellidado Bellido se lo embargó todo, dejándole en la calle con su mujer y su hija. Le recogieron unos frailes dominicos, que tenían residencia en el palacio de los señores de Neira, marqueses ya de San Madrigal, y le habilitaron en la portería del palacio un zaquizamí, en donde trabajaba de zapatero remendón.

Su barba es limpia y blanca como la plata, y su rostro es bellido como la luna en su catorceno día. Nunca ríe, camina despacio. Al dejar caer aquellas alabanzas, una a una, como perlas sobre sonoro azafate, la sarracena observó de soslayo el semblante del mancebo.