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Ajá, ajá. ¿El franchute apoya? De perlas, hijos, de perlas comentó don Angel Bellido, que éste era el nombre, tan propio cuanto impropio, del prestamista. , señor Bellido. ¿Sale usted del limbo? ¿Quién no sabe que el señor Coliñón es uña y carne con nosotros?

Pero Belarmino, húmedos los ojos, la voz opaca, extiende un brazo, y dice: Ahora, no; ahora, no. Otro día hablaremos; hablaremos, mi muy querido señor Coliñón; hablaremos hasta que el corazón se nos derrita en saliva, y la saliva en palabras, y las palabras en el viento. Levántase Belarmino y va a ocultar su emoción detrás del macizo de laureles. La hermana Lucidia y el señor Colignon se retiran.

¿Ehhh...? preguntó alarmadísimo el señor Bellido, estirando el pescuezo y asomando las pupilas por encima de las cuadradas antiparras. ¿Cómo que no? ¿Pues no acabamos de hablar mano a mano y como Cristo nos enseña? terció, sofocada, Xuantipa. Yo prefiero no mezclar a mi amigo, el señor Coliñón, en estos asuntos dijo Belarmino.

Mon cher ami le cordonnier! entró diciendo el señor Colignon, con modulaciones y altibajos en la voz, que sonaban como las gárgaras de un pavo; los brazos abiertos, con que estrechó contra su corpacho al manso, dulce y enjuto Belarmino . Que yo os quiero, ilustre y simpático cordonnier. Yo también le quiero a usted, señor Coliñón, sin guardarle rencor por el mote.

Entretanto podemos comer pasteles, Dios sea bendecido. Y el señor Colignon se ríe como siempre, con glogó de pavo y trepidación de estómago. Prosigue. Yo veo ya que hacen falta aquí judías y garbanzos y aceite. Tanto mejor para comer pasteles. Dios se lo pagará, señor Coliñón. Antes dejaría de salir hoy el sol que usted de aparecer con su agasajo pascual.

Así como los joviales espíritus diurnos se alejan con ruborosas alas apenas despunta por Oriente el íncubo nocharniego, el señor Colignon, desasosegado, aturdido y pálido por dentro, pues por fuera no se lo consentía su imposible rubicundez, se despidió y tomó la salida, no sin que Xuantipa le dijese al partir: Con su apoyo contamos, señor Coliñón, y Dios se lo premiará.

Vaya usted, señor Coliñón, a ver a sus amigos, hasta la hora del refectorio. Ya conoce el camino. Están en el jardín, de seguro, esperándole con impaciencia. El señor Colignon recorre unos pasillos, donde huele a bazofia, y sale al denominado jardín; un jardín sin más flores que algunos asfodelos.

Los ancianitos, desde hace ocho días, se relamen de gusto por anticipado, y no hablan de otra cosa que de las ricas confituras del señor Coliñón. ¡Qué poca cosa se necesita para hacer la felicidad de los demás! Bien poca cosa: tres kilos de harina, tres kilos de azúcar, tres docenas de huevos, tres palos de canela y dos vainillas.

Por una puerta, pintada de negro, sale una vieja monjita, que se advierte que es esquelética, a pesar del haldudo faldamento; momificada la faz. Sus ojos, voluminosos y cansados, se reaniman un punto al ver al señor Colignon, que corre a su encuentro, con las manos extendidas. ¡Ah! Felicita, simpática Felicita. Hermana de los Dolores, señor Coliñón corrige la monja. Es verdad, es verdad.

Yo quiero lo mío. No moriré tranquilo, señor Coliñón, hasta que no sepa que han dado garrote vil al bandolero de Hurtado, que me robó el fruto de mis privaciones. Y usté sabe, señor Coliñón, que Belarmino me debe dinero. Usté fué socio de Belarmino. Usté debe pagarme ese resto de crédito. Varias voces: El bandolero eres . Y ladrón. Cochino. Abrenuncio. Fétido.