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Don Román me recibió cariñosamente, como de costumbre: ¡Gracias a Dios! me duele en el alma que te vayas; pero ¿no es cierto que de cuando en cuando vendrás a visitarme? Eres mi único amigo. ¿Quién me hubiera dicho que , el chiquitín que yo conocí de este tamaño, que cabía en un azafate, sería mi amigo?

Tocábale también ofrecer, sobre un azafate, la golilla y el lienzo de narices, acercar el orinal que presentaba el mozo de retrete, y sostener la cajeta de instrumentos cuando el cirujano curaba al Conde una antigua fuente del muslo.

Mi tía continuó, dirigiéndose a : Aquí tienes a la que, con esas manecitas, te hizo las camisas que te gustaron tanto; la que bordó aquellos pañuelos que te mandamos de cuelga el día que cumpliste diez y siete años, ¡Mentira parece! ¡Y quien te conoció, así, chirriquitín, que cabías en un azafate!... Elogié las habilidades de Angelina. Esta, confusa y contrariada, no alzaba los ojos para verme.

Atáronle, pues, al suyo una hebra de seda encarnada, y el médico más anciano comenzó á tirar con tanto pulso y acierto, que á la mitad del empuje hizo el Rey un pucherito, y saltó el diente tan blanco, tan limpio y tan precioso como una perlita sin engaste. Recogiólo en un azafate de oro el gentilhombre Grande de guardia, y fué á presentarlo á S. M. la Reina.

Luego, habiéndola calzado las rojas chinelas perfumadas con ámbar, levantó delicadamente la camisa de noche y diola un beso en la carne. La niña la contuvo con ambas manos, exhalando melindrosa quejumbre. La misma doncella sacó después de un arcón otra camisa con puntas y vino a ofrecérsela sobre un azafate.

Herodías aprovechó la coyuntura para vengarse en la forma más cruel que puede idear el rencor femenino; y sugestionando a su hija, pizpireta inconsciente, como toda bailarina, hizo que pidiera al tetrarca, en premio a sus bailes, la cabeza del pobre Bautista, que al punto le fué ofrecida en un azafate o canastillo de mimbres, y no en plato o bandeja, como se presenta en la ópera de Strauss, en medio de una confusa e inarmónica trompetería orquestal.

Su barba es limpia y blanca como la plata, y su rostro es bellido como la luna en su catorceno día. Nunca ríe, camina despacio. Al dejar caer aquellas alabanzas, una a una, como perlas sobre sonoro azafate, la sarracena observó de soslayo el semblante del mancebo.

En ese instante, una criada, vestida sólo de angosta falda verde y amarilla, presentose en la estancia, apoyando en sus morenos pechos desnudos un dorado azafate, sobre el cual venían los pomos, los botes, los pinceles, las tenacillas y otros menudos objetos que el mancebo no alcanzó a distinguir.