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Actualizado: 14 de septiembre de 2025


La frotación con la clientela le era cada vez más indiferente, y lo mismo el agitado y turbulento roce con Felicita. La frotación con el francés, cada vez más grata. Lo espantable, lo que había suscitado el terrible faraón crónico, era el contacto con Bellido, contacto siempre molesto y congojoso, pero que aquel día, de súbito, le había herido y desgarrado hasta lo más íntimo. «Estoy arruinado.

¿Ehhh...? preguntó alarmadísimo el señor Bellido, estirando el pescuezo y asomando las pupilas por encima de las cuadradas antiparras. ¿Cómo que no? ¿Pues no acabamos de hablar mano a mano y como Cristo nos enseña? terció, sofocada, Xuantipa. Yo prefiero no mezclar a mi amigo, el señor Coliñón, en estos asuntos dijo Belarmino.

Solía impacientársele el Inteleto a los postres, y tan pronto como Xuantipa se levantaba a fregar la loza, Belarmino se evadía furtivamente al Círculo republicano. Después, lo de siempre: irrupción violenta de Xuantipa, retorno aflictivo, este o aquel cliente, todos morosos, el óptimo Colignon, el pésimo Bellido, la imposible Felicita.

Me veré en la calle mañana o pasado o dentro de un mes. Hubiera podido ir tirando como hasta entonces, por tiempo indefinido; pero la llegada de un competidor, que Bellido le había anunciado, aceleraba el desenlace catastrófico.

Te hundirás, sin que te sirvan de nada tu pie ario y tu pie semita. ¡Ay de ti si entonces no sabes ser filósofoContribuía en medida considerable a la serenidad presente de Belarmino haberse libertado, en el transbordo, de no floja impedimenta. Xuantipa ya no le pesaba a todas horas del día; habían cesado las visitas cotidianas del usurero Bellido y de Felicita la solterona.

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