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AZUCENA. Me acuerdo de cuando achicharraron a tu abuela; iba cubierta de harapos; sus cabellos, negros como las alas del cuervo, ocultaban casi enteramente su cara; yo, tendida en el suelo, arañando frenética mi rostro, había apartado mis ojos de aquel espectáculo, que no podía suportar; pero mi madre me llamó, y yo corrí hasta los pies del cadalso... los verdugos me rechazaron con aspereza, no me dejaron darla siquiera un beso, y la metieron en el fuego... Todavía retiembla en mi oído el acento de aquel grito desesperado que le arrancó el dolor... Debe ser horrible, precisamente horrible ese suplicio; aquel grito desentonado expresaba todos los tormentos de su cuerpo, y los verdugos se reían de sus visajes, porque la llama había quemado sus cabellos, y sus facciones contraídas, convulsas, y sus ojos desencajados, daban a su rostro una expresión infernal...¡Y esto les hacía reír!

Rojos están sus ojos, pálidas sus mejillas, contraídas sus facciones. Sus labios dibujan ora una sonrisa amarga, ora murmuran palabras ininteligibles. ¿Reza ó blasfema? ¿Implora ó maldice? ¡Pobre niña!

Hace días que las noto más flacas... ¿Sabes por qué no quieres ir más? ¿Quieres que te lo diga? Tenía las ventanas de la nariz contraídas, y su respiración acelerada le cerraba los labios. ¡Vamos! No seas... cálmate, que es lo mejor. ¡Es que te lo voy a decir! ¿Pero no ves que estás delirando, que estás muerto de fiebre? le interrumpí. Por dicha, un violento acceso de tos lo detuvo.

En sus ojos negros brillaba una especie de altivez dolorosa y una especie de audacia amenazadora, como si lanzara un reto a sus enemigos invisibles; sus facciones contraídas se distendieron de pronto, sin embargo, y su expresión se tornó tranquila y paciente, al dirigirse a pasos lentos al cuarto de Elena; una suave serenidad iluminaba su rostro, y le dijo a la joven que se arrojó desesperada a su cuello con los ojos llenos de lágrimas: Vamos, Elena, mi querida hija; no llores así.

Yo he llorado mucho durante el día de hoy. 29 de octubre. A mi llegada a Mâcón he recibido tristes noticias de mi pobre madre. Mi hermano se ha visto obligado a dejar el empleo que tenía en Inglaterra, con motivo de la guerra, y otra vez vuelve a ser una pesada carga para mi madre, que está vendiendo lo que resta de nuestra posesión de Rieux para pagar las deudas contraídas durante sus viajes.

«¿A dónde vas ahorapregunto con interés de padre D. José de Relimpio. Isidora tenía un papel en que había apuntado varias cantidades. Era mujer de orden. Aquellos numeritos representaban deudas contraídas en la prisión. Dígolo por traer una carretela para llevarla a usted a mi casa. ¿Usted se entera?».

Herminia cambió una mirada inquieta con Mauricio y salió. Puestos en presencia el uno del otro, el prometido y la tía se observaron un momento. Ambos estaban sonrientes pero sus fisonomías aparecían un tanto contraídas. La señorita Guichard tomó la palabra y dijo con voz firme: Mi querido Mauricio, henos ya en el día decisivo.

Otras veces dijo dulcemente Elena, inclinada hacia los fétidos harapos, recuerda usted el tiempo en que se le enseñaba esta hermosa oración: «Dios mío, perdónanos, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendidoLa Briffarde volvió hacia ella aquellos ojos que se apagaban, y sus facciones contraídas tomaron una expresión de paz.

Sacramento, otra muy lucida por cierto, costeada por las religiosas de Madre de Dios, cumpliendo las obligaciones contraidas con un piadoso y espléndido dotador, las cuales vamos á consignar, por que de su sola exposición dedúcense los pormenores todos que intervenían en su realización, sin que tengamos que echar á volar la fantasía con relatos más ó menos verídicos. Padre Maestro Fr.

Pero D.ª Teodora, con sus grandes ojos serenos, le clavó una mirada tan afectuosa que las facciones del caballero, contraídas por la pesadumbre, se fueron dilatando gradualmente, y una plácida sonrisa melancólica concluyó por esfumarse en sus labios. La frente de D. Peregrín, en cambio, quedó surcada instantáneamente por una porción de arrugas.