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Los que aquí, en la soberbia capital, solo conocen de las operaciones militares los partes y relatos que publica la prensa periódica; los que solo han visto á nuestras tropas en las maniobras y ejercicios de Columbia y en las paradas y revistas del Malecón, no pueden tener una idea de todo lo que representa, de todo lo que significa y de todo lo que vale nuestro admirable ejército.

Nuestro amigo vino a Madrid a ser poeta lírico. Escribió un soneto y se dedicó al café con media con verdadera intrepidez. Envió su soneto a todas las revistas y le fué devuelto, «porque había mucho original en cartera». Un periódico no se le admitió porque su soneto era demasiado corto.

Pero he aquí que cuando venía rendido y jadeante de una de estas revistas se le acerca en la Carrera de San Jerónimo un amigo y le dice al oído: García, te prevengo que la obra de tu amigo será estrepitosamente silbada. Yo de una casa de la calle de Toledo donde se han reunido esta tarde hasta veinticuatro reventadores y esa ha sido la consigna.

Seguiría pues aun en el puesto que su hermana le indicara, cumpliendo las tareas más contrarias a su carácter generoso y altivo, en aras de esa misma generosidad y esa altivez. Hallábase una noche después de cenar, solo como de costumbre, hojeando distraídamente periódicos y revistas, en la habitación que eligiera para gabinete de trabajo.

Poseía un repertorio completísimo de narraciones de disgustos domésticos entre lo más acomodado de la sociedad, que se complacía en contar oportunamente, y escribía revistas de bailes, detallando los trajes y prendidos de las damas. Llevaba las patillas teñidas de rubio y afeitado el bigote, que empezaba descaradamente a blanquear.

Por eso mismo hemos recogido estos apuntes anecdóticos esparcidos acá y allá en las biografías y en las revistas francesas, más curiosas de la vida al detalle de los grandes hombres que las revistas españolas. Los argonautas del vellocino de... cobre

Hay que regenerar el gusto del público: nada de revistas ni pantorrillas..., ésas para usted y para . Arte serio; ya ve usted que la Moreruela es indispensable.

La vida sin lectura de revistas, sin conocer lo que se pensaba en Europa, le parecía intolerable. Perdía las noches enteras en la redacción, y rara vez cogía una pluma. Al principio, le habían encargado que redactase sucesos, que inflase telegramas. El director se interesaba por él: deseaba incluirle en la plantilla de la casa y que gozase de un sueldo igual al de un guardia de Consumos.

Leía por las tardes en el Ateneo las revistas extranjeras, para estar «al día» en los adelantos del pensamiento universal y reventar a ciertos camaradas ignorantes que, por haber publicado algunos versos en los periódicos, pretendían deslumbrar al pobre «inédito». Además, seguía adquiriendo libros, a pesar de su pobreza. No podía librarse de este hábito de sus tiempos de abundancia.

Y al pensar esto, miraba a Maltrana, comparándolo mentalmente con los grandes hombres que aún se mantenían en su memoria. ¿Había leído su amigo cosas de Fulano y de Zutano? Y aquí nombres y seudónimos que firmaban, veinte años antes, en revistas y diarios de escasa circulación, débiles flores de papel, cuyo perfume mental había pasado inadvertido para todo el mundo.