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Luego, como entrase inesperadamente mi amo, yo, juzgando llegada la ocasión de lograr mi objeto por medio de un arranque oratorio, que había cuidado de preparar, me arrodillé delante de él, diciéndole en el tono más patético que si no me llevaba a bordo, me arrojaría desesperado al mar.

¡Eh, abuelo! ¿Qué hace usted ahí plantado en medio del cuadro? ¿No sabe Usted que está prohibido entrar? La voz ruda de un guarda le arrancaba inesperadamente de su profunda contemplación y le obligaba a volver al camino. La ciencia, el progreso, la humanidad perdían cada vez que esto sucedía inapreciables tesoros de observación. Mas los guardas no lo sabían.

Ninguna, á menos que le valiera de algo decir que sus fuerzas estaban quebrantadas en virtud de largos é intensos padecimientos; que su espíritu estaba obscurecido y confuso por el remordimiento que lo corroía; que entre la alternativa de huir como un criminal confeso ó permanecer siendo un hipócrita, sería difícil hallar la decisión más justa; que está en la naturaleza humana evitar el peligro de muerte é infamia y las sutiles maquinaciones de un enemigo; y, finalmente, que este pobre peregrino, débil, enfermo, infeliz, vió brillar inesperadamente, en su senda desierta y sombría, un rayo de afecto humano y de simpatía, una nueva vida, llena de sinceridad, en cambio de la triste y pesada vida de expiación que estaba ahora llevando.

Luego, Julio había hecho un viaje á Buenos Aires, encontrando en el otro hemisferio las últimas sonrisas del otoño y los primeros vientos helados de la pampa. Y cuando se imaginaba que el invierno era para él la eterna estación, pues le salía al paso en sus cambios de domicilio de un extremo á otro del planeta, he aquí que se le aparecía inesperadamente el verano en este jardín de barrio.

La hermosa zagala, sin comprender lo que debía al rango de aquella familia esclarecida con que el cielo inesperadamente la había dotado, se aferraba en acordarse de los rudos labradores que la habían criado y en amarlos. Es más, en vez de sentirse lisonjeada con su nueva posición, semejaba despreciarla.

Ahora leo que en la vía férrea, cerca de Albacete, se ha encontrado el cadáver de un hombre despedazado por el tren... Es él, el pobre parásito. No necesito más datos para creerlo: me lo dice el corazón. «Quien ama el peligro en él pereceTal vez le faltó inesperadamente la destreza.

Roberto del Campo, el amigo íntimo de Rafael, su mentor, que le guiaba en el camino de la distinción y el buen gusto; un chico elegante, hijo de una gran familia arruinada, uno de esos vástagos inútiles y perniciosos que nacen inesperadamente en la tranquila burguesía a las dos o tres generaciones de bienestar y riqueza, para castigar con sus locuras y despilfarres el egoísmo y la rapacidad de sus antecesores.

Qué, ¿te parezco bien? dijo la madre, pavoneándose como una niña ante la admiración de su hija, que había conocido aquella moda y al verla resucitar inesperadamente, sentía la extrañeza que causa una resurrección histórica. Al moverse doña Cristina sonaba el subversivo fru fru de sus finas ropas interiores y se esparcían en el ambiente los perfumes que se había prodigado con cierta indiscreción.

Y sin vacilación se colgó del cuello la bolsita, con el mismo aire de un soberano que se ciñese la corona del mundo. La suerte acudió en seguida á sonreirle. Triunfaron inesperadamente los «colorados». Ellos, que llevaban hechas tantas revoluciones, volvieron á apoderarse del gobierno del modo más pacífico y prosaico.

Míster Jones bajó; no tenía sueño. Disponíase a proseguir el montaje de la carpidora, cuando vió llegar inesperadamente al peón a caballo. A pesar de su orden, tenía que haber galopado para volver a esa hora. Culpólo, con toda su lógica nacional, a lo que el otro respondía con evasivas razones.