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?Te atreves a negar al grande Ariman hallandose sobre su trono, lo que le concede toda la tierra, sin haber visto el terror de su gran poder? Prosternate te digo. Que Ariman se prosterne delante del que es superior a el, delante del Eterno e Infinito, delante del soberano Criador, que no le ha destinado a que se le de adoracion; que el se arrodille, y yo lo ejecutare igualmente.

Vi las pipas de vino formando hilera, algunas arañas que corrían por la pared, un par de botellas vacías en el suelo y más allá, en un rincón, el cuerpo de un hombre tendido de espaldas, con los brazos abiertos y una sangrienta herida en el cuello. Me dirigí a él, me arrodillé a su lado y encomendé a Dios el alma de aquel fiel servidor.

Sarto, el irrespetuoso veterano, le dio un fuerte puntapié, pero no se movió. Entonces noté que la cara y cabeza del Rey estaban tan mojadas como las mías. Ya hace media hora que procuramos despertarlo dijo Tarlein. Bebió tres veces más que cualquiera de nosotros gruñó Sarto. Me arrodillé y le tomé el pulso, cuya lentitud y debilidad eran alarmantes.

Me arrodillé y apliqué el oído a su pecho; pero antes de que pudiera cerciorarme de su muerte el chirrido de las cadenas del puente al bajarlo, y un momento después descansaba en su lugar contra el muro, del lado del foso en que yo estaba. Iba, pues, a verme cogido en una trampa, y el Rey conmigo, si todavía estaba vivo. Tenía que abandonarlo a su suerte.

Luego, como entrase inesperadamente mi amo, yo, juzgando llegada la ocasión de lograr mi objeto por medio de un arranque oratorio, que había cuidado de preparar, me arrodillé delante de él, diciéndole en el tono más patético que si no me llevaba a bordo, me arrojaría desesperado al mar.

Al oirlo me arrodillé á sus pies, rogándole que me dejase obtener tan grande gracia prestándome su hábito, á lo que se avino después de muchas súplicas y de entregarle yo doce sueldos para dorar la imagen del bendito San Lorenzo.

Doña Blanca, aunque sin precipitar sus palabras, mostrando ya, en lo trémulo de la voz y en el brillo de los ojos, viva y dolorosa emoción mal reprimida, habló luego así: Todo lo sabe V. y me alegro. Quizás hice mal en no decírselo yo misma la vez primera que me arrodillé ante V. en el tribunal de la penitencia.

Me arrodillé al pié del presbiterio, y al levantarme después de oir pronunciar al sacerdote la última palabra del conmovedor evangelio del día, alcé los ojos á los inmóviles de la imagen, no recuerdo, si con el fervor de la oración que implora ó de la curiosidad que investiga; mas el resultado fué que poco á poco, el fiel se convirtió en el artista, admirando la corrección de la talla, lo acabado de sus detalles, lo valiente de sus líneas, y más que todo la profunda expresión de sentimiento que el artífice había sabido impregnar en la Dolorosa Madre.

Me arrodillé ante el altar y el cardenal ungió mi frente; después extendí la mano y tomé de las suyas la corona de Ruritania, que puse sobre mi cabeza, prestando a la vez el juramento regio. Volvió a oírse el órgano, el General ordenó a los heraldos que me proclamasen y Rodolfo V quedó coronado Rey; imponente ceremonia reproducida en un cuadro magnífico que hoy adorna mi comedor.

Querida dijo una de ellas, me está usted distrayendo. Es verdad confesó la otra, y voy a rezar humildemente un diez del rosario para pedir perdón a Dios. Se puso de rodillas y sentí pasar por mis cabellos su aliento de víbora. Yo también me arrodillé para evitarlo. Estaba furiosa.