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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Y no creas que las idealizo... ¡Oh, no...! Te sigo contando. Pocos días después de escribirle Acosta esa carta, que ella no le contestó, la encontró inesperadamente en casa de las Aliaga. Hablaron; él se puso a llorar como un chico, y esa tarde, sintiendo el vértigo de una pasión que concluiría por vencerla, buscó la única solución salvadora. Vivió todavía horas de sombría sublimidad.

Su único placer, después del trabajo, era el paseo; pero un paseo de horas, casi un viaje, hasta bien cerrada la noche, apareciendo inesperadamente en cortijos situados a varias leguas de la ciudad.

El toro, en el mismo instante en que él se disponía a entrar a matar, había arrancado inesperadamente contra él, atraído por la «querencia» del caballo que estaba a sus espaldas. Fue un encontronazo brutal, que hizo rodar y desaparecer entre sus patas aquel cuerpo forrado de seda y oro.

La joven, más alta y esbelta, caminaba á pequeños saltos, como un ave que sólo sabe volar, contoneándose sobre sus empinados talones. Las dos miraron con inquietud á este hombre que surgía inesperadamente entre las ruinas. Mostraban el aire preocupado y temeroso del que va á un lugar prohibido ó medita una mala acción.

El Real Carlos y el San Hermenegildo, viéndose atacados inesperadamente, hicieron fuego; pero se estuvieron batiendo el uno contra el otro, hasta que cerca del amanecer y estando a punto de abordarse, se reconocieron y ocurrió lo que tan detalladamente te ha contado Marcial. ¡Oh!, ¡y qué bien os la jugaron! dijo la dama . Estuvo bueno, aunque eso no es de gente noble.

Acudieron de golpe á su memoria relatos de combates en los que el débil triunfa inesperadamente del fuerte, por un obscuro dictado de la justicia inmanente.

Mientras Luis estudiaba su carrera, ocurrió la gran transformación de la familia, el tirón loco de la suerte que sacó de la obscuridad á Sánchez Morueta. Su primo se presentó inesperadamente en Olaveaga. Venía á la conquista de la Fortuna; sabía dónde estaba oculta y llegaba antes que los demás, aprovechando sus estudios y observaciones en país extranjero.

Golbasto lanzó, con una voz de clarín, el primer verso: Muéstrate, ¡oh, sol! y con tus rayos de oro... Pero en vez de mostrarse el sol, como pedía el vate, lo que llegó inesperadamente fué la noche en plena tarde.

Había llegado el momento solemne para la casa de Brull y todos sus fieles, no seguros aún de la omnipotencia del partido, como si temieran a ocultos enemigos que podían presentarse inesperadamente, se agitaban en la ciudad y los pueblos lanzando cual grito de victoria el nombre de Rafael. Pocos se acordaban de la inundación.

Antes de partir, el doctor habló con Guillermina en la sala, diciéndole que aquello no podía menos de acabar mal, y que a todo tirar, tiraría dos días... Acercábase Fortunata para enterarse de esto, cuando vio entrar inesperadamente a una persona cuya presencia le hizo el efecto de una descarga eléctrica. «¡Jesús, esa mona otra vez...!, yo me voy».

Palabra del Dia

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