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¡Para verla! pues claro está.... Verá usted el cuarto del señorito Ignacio, con sus libros y sus juguetes de chiquillo, que todo lo conserva el ama Engracia.... Bien, Sardiola respondió Lucía como pidiendo tregua . Un día que me coja de humor.... Hoy no estoy para ello. Ya te avisaré. Andaba Lucía, en efecto, harto cavilosa, por una circunstancia que a nadie importaba sino a ella.

Alzó la manecita sin hablar y apuntó a una casucha que se alzaba no muy lejos sobre la misma carretera. Llévame, anda. Y le cogió de la mano dirigiéndose hacia ella. Era de ver el encogimiento singular y la expresión de dolor y angustia con que el chiquillo caminaba, lo mismo que si le fuesen a ahorcar. La hermana no hacía alto en ello.

El chiquillo, en veinticuatro horas había tomado con ella gran confianza, y se dejaba conducir sin resistencia. Poco después la vimos allá abajo, a la orilla, lavándole con ademanes tan bruscos, sacudiéndole tan vivamente que a todos nos hizo reír. Aunque no se oían sus palabras, notábase de sobra que le seguía increpando duramente. Esto sucedía en sábado.

Ahora, chiquillo, estáte tranquilo continuó D.ª Gregoria, sentándose a mi lado . ¡Cuánto se va a alegrar el Sr. Juan de Dios cuando te vea! ¡Cómo! exclamé con la mayor sorpresa . ¿Juan de Dios vive aquí? ¿Pues en dónde estoy? ¿Y ustedes quiénes son? ¿Qué ha sido de Inés? ¡Otra vez Inés! Este joven no está todavía bueno. Dejémonos de Ineses, y a descansar.

Segunda, llena de consternación, no hablaba ya de asesinato, y aunque no acababa de comprender el robo del chiquillo, no se atrevió a mentarlo ante la señora casera. Había intentado hacerle tomar a Fortunata fuertes dosis de ergotina; pero no pudo conseguirlo. Apretaba los dientes, y no había medio de traerla a la razón.

Cuando estaba ya montado en la mula, llegó un chiquillo y le dijo: «Aquí tengo dos cuartos para un pito, ¿me lo quiere usted traer?» Y diciendo y haciendo, le puso las monedas en la mano. El hombre se inclinó, tomó el dinero y le respondió: «¡ pitarás!» Y, en efecto, volvió de la feria, y de todos los encargos no trajo más que el pito.

Me partía el corazón al ver al pobre anciano. Lloraba como un chiquillo. Deseoso de alivio y de consuelo vejado por la maldad y la ingratitud, abría su alma, sencilla y llena de dolores, a un pobre muchacho que años antes fué su discípulo y del cual esperaba frases compasivas, palabras cariñosas.

Me parece que vienen por ese lado. ¡Jesús, esto es atroz! Si viene una bala perdida... Adiós, me voy; toma, chiquillo, encárgate de esto. Es muy fácil. Ahí está el convento. Mira, en aquel callejón está la puerta del torno. Entras, preguntas por la Srta. Inés, la novicia..., pues. Dices que vas de parte de la Sra.

Pero el más pequeño, Pascualet, un chiquillo regordete y panzudo, que sólo tenía cinco años, y á quien adoraba la madre por su dulzura y su mansedumbre, prometiéndose hacerlo capellán, lloraba apenas veía á sus hermanos enzarzados en terrible pelea con los otros condiscípulos.

No señor; no señor.... Es capaz de morirse el pequeño.... He oído que el vino es un veneno para las criaturas.... Lo que tendrá será hambre. Sabel, que coma el chiquillo ordenó imperiosamente el marqués, dirigiéndose a la criada.