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Sois prisioneros de la gran batalla donde la sociedad al débil avasalla, y en la cárcel sombría del deber vais a reir, vais a llorar, y vais a recordar el fragor de la lucha del ayer.

Conocía harto bien el grande sacrificio en que por amor mío mi buen esposo se empeñaba, y gran parte hubiera sido esto para que yo me enamorase de él, que Dios me ha dado buena alma y agradecida; pero no es el amor cosa que cuando se quiere se tiene, ni hay tienda donde se compre, ni lugar donde se le busque; que él viene cuando menos se le espera y en el alma se nos entra, y la avasalla, y prenda nos hace, no de aquel a quien hemos buscado, sino del que Dios ha querido que venga para hacerse dueño de nuestra vida y de nuestra alma en un solo punto; que el amor viene del cielo cuando menos se le espera, y porque es aliento de Dios, es coma Dios divino, y logrado cuanta gloria puede haber en la tierra.

Me absorbe con tal fuerza, avasalla de tal modo mis facultades, que nunca me ha dejado tiempo para pensar en el amor. La hembra no me seduce. Adoro a la mujer cuando la veo desgraciada y triste. La fealdad me impresiona más que la belleza, porque me habla de las infamias sociales, me ofrece la amargura de lo injusto, el único vino que reanima mis fuerzas.

Fue en uno de aquellos tormentosos días cuando pensó por vez primera en su vida que una pasión fuerte todo lo avasalla, como había leído y oído mil veces sin entenderlo. Se creía a veces un miserable, el más miserable de todos los maridos ordinariamente dóciles; y, a ratos, se tenía por un héroe, por un hombre digno de figurar en una novela en calidad de protagonista.

Porque es cierto que una volundad firme y constante, ya por sola, y prescindiendo de las otras cualidades de quien la posea, ejerce poderoso ascendiente sobre los ánimos, y los sojuzga y avasalla. La terquedad es sin duda un mal gravísimo, porque nos lleva á desechar los consejos ajenos, aferrándonos en nuestro dictámen y resolucion, contra las consideraciones de prudencia y justicia.

Pero el amor es el amor, y avasalla y enloquece a todas las clases sociales. Imagínese cómo estará el muchacho, que ya ni se peina, que era antes su principal cuidado. No sale de casa, y se pasa el día en sus habitaciones, en pijama y desgreñado. Apenas come; ha perdido no cuántos kilos. Está pálido como la cera y tiene un mirar entre loco y moribundo, unas veces lánguido, otras furioso.

Ya el exánime cuerpo abandonando á la extraña inaccion que le avasalla, los tristes ojos á la luz cerrando, sin que la voluntad le oponga valla, dejo á mi pensamiento libre vuelo; mas de un sueño imposible en pos se lanza, y vaga en loco anhelo de un recuerdo á un dolor ó á una esperanza, de una idea á otra idea, sin conseguir hallar lo que desea.