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Y a Cervantes se le iba el pensamiento sin poderlo remediar a doña Guiomar, o, por decirlo mejor, se le estaba en ella; porque ni un punto de ella se había olvidado, como no fuese en aquellos momentos en que otra cosa no vio, ni para más vivió que para Margarita; y ahogábase ya, aunque lo disimulaba Cervantes, porque la ausencia de doña Guiomar se hacía tan larga, que ocasión daba a toda suposición de los recelosos y abultadores celos, y la ira y el espanto le cogían el corazón, e inquieto se hallaba, y a no mediar miramientos, a buscar hubiérase ido a la hermosísima indiana; que entonces, a causa de sus celos y de las emponzoñadas imaginaciones que por ellos en la turbada mente revolvía, parecíale más y más hermosa, y espantábase, porque veía que, si en vez de estar ausente doña Guiomar, lo hubiese estado Margarita, conturbádose hubiera de igual modo y de igual manera enojado e irritado, y no sabía explicarse por qué extraña, y para él no conocida razón, enamorado y en igual o casi igual término de empeño por dos mujeres encontraba; y no sabía cómo de aquella dificultad había de salir; que él con las dos no podía casarse, ni hacer desmerecer en su alma a la una por la otra, con la una casándose y teniendo a la otra por amiga; que ambas eran altivas y honradas, y si la virtud había faltado un punto a Margarita, culpa del amor que enloquece había sido, y a punto doña Guiomar había estado de olvidarse de su virtud por su amor, lo que nada implicaba para que ellas estimasen su honra de una igual manera; que la mujer que ama y, por el amor, de su honra se olvida, no cree que su honra ha perdido, sino que en depósito la ha dado al señor de su alma, y en obligación le considera de restaurarla en su honra, haciéndola suya, su esposa y compañera.

Si hubiera una charca o un arroyo por aquí cerca, probaría a bajar dijo Cornelio . Voy aburriéndome de este encierro, Horn. ¡Pues si no ha comenzado apenas! Tendremos tiempo de aburrirnos, señor Cornelio, pues los piratas no dan señales de irse. ¿Y si probáramos a asustarlos? ¿Cómo? Dándoles una acometida. Nos acribillarían a flechazos, y ya sabéis que sus flechas están emponzoñadas.

Luego, había que verle con qué religiosa pompa y taciturno talante, sentado detrás de la pista, limpiaba las espuelas del gallo con medio limón, para mundificarlas, por si estaban emponzoñadas, y las enjugaba después con el pañuelo, y, por último, depositaba levemente el gallo sobre el ruedo, como diciendo: alea jacta est, y ya no hay poderío terrenal que desvíe la voluntad de los hados.

Sus armas son la flecha y el bolo; la primera, que manejan con rara habilidad, la emplean en la cacería, y emponzoñadas con substancias vegetales si las emplean en combatir á sus enemigos. El bolo es su herramienta universal: cortan árboles y bejucos para construír sus viviendas; cuando cazan, de él se valen para limpiar las pieles y trocear la carne y hasta en el cultivo lo emplean. Manobos.

Luego que cobró don Juzaf la libertad empezó á quejarse de todos aquellos que con torcida intención i fuera de justicia lo habían llevado ante el rei, acumulándole varios delitos i destruyendo el valimiento que por sus muchos i escelentes servicios habia logrado cerca de la persona de don Enrique. «¿Hasta cuando, decia, andará la verdad desterrada de las córtes i palacios de los reyes? ¿Hasta cuando no irá en compañía de la virtud encaminando los pasos de los mortales, i rigiéndolos constantemente en las grandes i aun en las mas pequeñas de sus acciones? ¿Hasta cuando la honra ha de estar sujeta á las emponzoñadas lenguas de los malos: áspides ocultos con las apariencias de hombres: hambrientos i astutos zorro: tigres siempre dispuestos á devorar las reputaciones de los buenos? ¿I hasta cuando, en fin, las gentes darán oidos á sus palabras mas falsas que el lloro del cocodrilo, ó que el canto de las sirenas?

Si te quedas soltera, de continuo te verás expuesta a los tiros de la envidia y a las emponzoñadas mordeduras de la calumnia, y te rodearán, además, groseras seducciones, a alguna de las cuales quién sabe si cederás en un momento de flaqueza, porque todas somos débiles y ninguna puede estar segura de no tropezar y de no caer si en un solo momento la deja Dios de su mano y no la sostiene con su gracia.