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Y él me contestó: «, y son personas de las principales de España, por lo cual he creído de mi deber entregarles la infeliz jovenzuela, desde tanto tiempo condenada a vivir fuera de su rango y entre personas de inferior condiciónMe quedé atónito; pero al punto comprendí que esto era invención de aquel inicuo tramposo, embaucador, y en mi cólera le dije las más atroces insolencias que han salido de estos labios. ¿No crees como yo que lo de entregarla a sus desconocidos padres es pura fábula de Lobo para ocultar así su crimen?

Hablaba con entusiasmo de pobres costurerillas de Madrid que, bajo sus indicaciones, hacían prodigios en el arreglo de ropas y sombreros. Las joyas vistosas, primeros regalos con que el marido había domado sus esquiveces de jovenzuela, sólo se mostraban de tarde en tarde, después de misteriosos cautiverios en poder de prestamistas. Algunas habían desaparecido para siempre.

Este año, el poeta de la fiesta era una jovenzuela recién salida de la Universidad, un rebelde, que osaba comparar sus versos con los de Golbasto y además criticaba los trabajos históricos del grave Momaren, su antiguo maestro.

Te pondré ahí enfrente, a la entrada de la calle de la Lechuga. ¿No n'gañar ? ¿Golver ti pronta? En seguidita que vea lo que ocurre por arriba, y si está de buen temple mi Doña Paca». Subió Nina sin aliento, y con gran ansiedad tiró de la campanilla. Primera sorpresa: le abrió la puerta una mujer desconocida, jovenzuela, de tipito elegante, con su delantal muy pulcro. Benina creía soñar.

¿?... dijo él moviéndose en el sillón con gran desasosiego . Pues doy, pues doy. Guillermina empezó a dar palmadas, gritando: «Hosanna... ya le tenemos cogido». Y con vivacidad, semejante a la de una jovenzuela, echó mano a la llave que estaba puesta en uno de los cajones de la mesa. Eh... ¿qué libertades son estas? gritó su sobrino sujetándole la mano.

Tan elocuente y expresivo estaba todo allí, que casi se ruborizaba de propia la jovenzuela al desnudarse para meterse en el cándido y esponjado lecho. ¡Lo que influye en los juicios y sentimientos humanos el relumbrón del aparato escénico!...

En cuanto a la madre era una esposa y una madre en la más elevada acepción de las dos palabras: ni matrona, ni jovenzuela; de pocos años, pero con una madurez y una dignidad perfectas apoyadas en el sentimiento bien comprendido de su doble papel; hermosos ojos en un rostro indeciso; mucha dulzura en su gesto mezclada con cierta expresión sombría, debida acaso al constante aislamiento; porte gentil y maneras elegantes.

Marquesa, que no era otro que aquel festivo diplomático a quien conocimos en octubre de 1807, partió el día 4 para Córdoba a unirse con su hermana y sobrina, y, ¡cosa rara! me dijo aquel curioso servidor , se llevó consigo a la jovenzuela. ¿De suerte que ahora están todos en Córdoba? le pregunté. , y según noticias, no piensan venir hasta que no se acaben estas cosas.

Hablamos un rato del acontecimiento que mis lectores conocen, y después, arrimando con arte la conversación hacia asunto más de su gusto, me dijo: Amaranta me asegura que no miras con malos ojos a esa jovenzuela que nos trajiste anoche. ¡Bonita formalidad es la tuya! ¿Y qué dirán de un chiquillo que en vez de inclinarse a buscar apoyo para sus inexperiencias en la compañía de personas mayores, se enloquece con las niñas de su misma edad?... Vuelve en ti, hombre... oye la voz de la razón... penétrate bien de...

¡Soberbia idea! ¿Conque vamos a buscar a esa jovenzuela, mi futura esposa? ¡Qué preciosa ocurrencia! Verá ella si yo soy hombre que se deja burlar por niñerías de novicia. Nada, nada: mi esposa tiene que ser, quiera o no quiera. Pero oiga usted, ¿y si nos descubren los alguaciles y nos llevan presos?