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Creíase uno transportado al hogar mismo de los gnomos, al centro de sus trabajos profundos y misteriosos. El hombre roía aquella tierra con esfuerzo incesante como un topo, llenándola de agujeros. Pero al morderla se envenenaba. Sin ayuda de gato, los dioses se desembarazaban perfectamente del ratón humano. Lola Madariaga dió un grito penetrante que hizo volver la cabeza a todos.

Pero si el bueno puede caer en la tentación del mal, su misma bondad de ella le obliga a apartarse avergonzado; que si bien la fuerza del amor puede enloquecer a las mujeres, y en efecto, con suma frecuencia las enloquece, nunca el crimen cometido deja de volver sobre la conciencia, y morderla y despedazarla, haciendo imposible toda felicidad y contento, que si Cervantes pensaba que en algunas horas no podía Margarita haberse empeñado por él en un amor tal, que por él la vida se le hiciese odiosa, pensaba también que no hacía mucho más tiempo que sus amores con doña Guiomar duraban, y atendiendo a la realidad, ningún empeño de honra con doña Guiomar tenía, en tanto que en la mayor deuda de honra en que un hombre puede hallarse con una mujer, lo estaba por Margarita.

Cree ella que fue una imprudencia de su parte ir al sermón vestida como una princesa, para azuzar más en contra suya a la gente, que ya deseaba morderla. Todo el lugar está ahora sublevado. Mal remedio sería la boda. Aumentarían la sublevación y el motín. Su Hija de usted se pondría a la cabeza. Nosotros no podríamos resistir. Los tres tendríamos que irnos con la música a otra parte.

Los tertulios todos, exceptuando á Octavio, reían con estrépito. Paco Ruiz tomaba con la punta de los dedos, y como temiendo mancharse, una moneda del plato y figuraba morderla con mucha delicadeza, diciendo: Están muy buenas, D.ª Feliciana; ¿las ha hecho usted? No podía usted ofrecerme regalo mejor, señora.

El perro había pasado por encima de Anita; no había querido morderla. Ella entonces, desde la otra orilla, le llamó y le dijo: Chito, toma, ahí tienes eso. Era su merienda que llevaba en un bolsillo; un poco de pan con manteca mojado en lágrimas. Casi siempre comía el pan de la merienda salado por las lágrimas.

Llegué mi boca a la suya, y vi que no respiraba poco ni mucho. Quise morderla, por ver si volvía en , y no hallé parte en toda ella que el asco no me lo estorbase; pero, con todo esto, la así de un carcaño y la saqué arrastrando al patio; mas ni por esto dió muestras de tener sentido.

Después salía un lobo á morderla, con un hocico que recordaba vagamente al odiado Pimentó, y reñían los dos animales á dentelladas, y salía su padre con un garrote, y ella lloraba como si la soltasen en las espaldas los garrotazos que recibía su pobre perro; y así seguía desbarrando su imaginación, pero viendo siempre en las atropelladas escenas de su ensueño al nieto del tío Tomba, con sus ojos azules y su cara de muchacha cubierta por un vello rubio, que era el primer asomo de la edad viril.