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Acercó el rostro hacia el sitio donde debía de estar la cabeza de la dama, y dijo muy quedo: Joaquina, Joaquina. No despertó. Joaquina, Joaquina repitió. Tampoco hizo movimiento alguno. Entonces la sacudió levemente por el hombro, llamándola de nuevo. La dama dio un grito y despertó despavorida. ¡Jesús! ¿Quién es? ¿Quién va? No te asustes, soy yo dijo con voz débil el mayorazgo.

Y mi madre exclamó entonces doña Luz , ¿no pudo nunca volver a verme desde que volvió de Lima su marido? Pudo volver a ver a V. de lejos, pero nunca abrazarla ni besarla ni hablarla. Su pensamiento, sin embargo, estaba siempre con V. ¡Infeliz madre mía! La Condesa sabía de V. por mi Joaquina.

Mientras estuvo V. en aquella casa, la Condesa estuvo muy incómoda. Sólo sosegó cuando a puras súplicas suyas, interpuestas por Joaquina, el Marqués se la llevó a V. a su casa, primero bajo el cuidado de una buena mujer, y más tarde con un aya inglesa, la cual vino porque la condesa se empeñó en que viniese.

Al fin la niña desahogó el pecho oprimido y dijo con voz cortada por los sollozos: Hoy han estado en casa Paulina y Segunda y me llevaron a la tienda de Joaquina antes de venir a la novena... y allí comenzaron a burlarse de ... ¡Me dijeron unas cosas tan malas! ¿Qué te han dicho?

Hace ventiocho años era yo un pobre estudiante, sin una peseta en el bolsillo; pero, en cambio, ni estaba gordo, ni tenía canas, ni calva, ni arrugas, y las gentes afirmaban, perdone usía la inmodestia con que lo recuerdo, que era yo un bonito muchacho, listo y gracioso. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que se enamorase de una mujer del sobresaliente mérito de mi Joaquina.

Los demás, incluso D.ª Eloisa, alzaron la cabeza con curiosidad. ¿Quién era? Su cuñada Joaquina gritó más que dijo el ex-gobernador interino de Tarragona, como si anunciara el juicio final. Profundo estupor en toda la tertulia. ¡Mi cuñada! exclamó. Su misma cuñada confirmó D. Peregrín con trompeteo horrísono. ¡No puede ser! dijo D.ª Eloisa. ¡No puede ser! exclamó su marido, suspendiendo el juego.

En todo esto, por conducto de mi Joaquina, intervenía la señora Condesa, que estaba hasta cierto punto contenta al considerar que V. iba a llevar el nombre y el título del Marqués y a heredar sus bienes.

Para el caso de que así sucediera, formó la firme resolución de dejar por testamento a los parientes de su marido, en fincas y alhajas, todo aquello en cuya adquisición y dominio pudiera suponer la conciencia más escrupulosa que el Conde había sido parte; dejar algunas mandas importantes a personas que la hubiesen servido bien, como, por ejemplo, a mi Joaquina; y el remanente de sus bienes, en fondos públicos todos, cuyos títulos estaban y están aún en varios Bancos y casas de comercio, dejárselo por entero a su hija.

, lo quiero... Pero ahora estoy muy nerviosa... Deseo quedarme sola... Mañana será otro día, y te prometo ser tuya... Ahí tienes mi mano... Vete a dormir, Álvaro... Hasta mañana. Montesinos buscó en la oscuridad aquella pequeña y hermosa mano, que tan bien conocía, y la apretó contra sus labios perdidamente, la devoró a besos. Joaquina la abandonó en su poder, esperando que al cabo se marcharía.

Por la mañana había estado en casa de su prima a visitarla. Hablaron de , y Gloria se mostró enojadísima, mejor dicho, indignadísima conmigo. Le dijo que le constaba de un modo evidente que yo estaba, ¡qué horror!, en amores con Joaquina Anguita. Todo lo que Isabel hizo por disuadirla fue inútil.