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Has llegado tarde al rosario dijo doña María a D. Diego después que me indicó un asiento. ¿Pero no dije a usted respondió el joven que lo rezaba esta tarde en el Carmen Calzado? De allí vengo ahora, junto con Gabriel, que volvía de confesarse con el padre Pedro Advíncula. ¡Qué excelente sujeto es el padre Pedro Advíncula! me dijo en tono sumamente ponderativo doña María.

Nada conoció ni ha conocido mamá; ¡ojalá lo conociera, aunque me hubiese matado!... ¿Te acuerdas del día en que fui con ella al convento del Carmen, convidadas por fray Pedro Advíncula para ver desde una tribuna la función de la Virgen? ¡Ay! Después de la función, un lego nos llevó a ver la sala de capítulo. No cómo, ni por qué causa me encontré separada de los demás en una celdita sombría.

Ese traje dijo fray Pedro Advíncula con sorna indica que milord se prepara a ello con dolorosas penitencias... Veo que ahora usted se las arregla usted por mismo, y que no necesita amigos. Sr. Advíncula, ya no los necesito. ¿Sabe usted que mañana me marcho? ¿? ¿Para dónde? Para Malta. Nada tengo que hacer en Cádiz. Vayan al diablo los gaditanos. Me alegro. La señora se defiende bien.

Recuerdo además un Bodegón, de Velázquez; una Santa María Egipciaca, de Rivera; una Cena, de Vinci; una Cabeza de San Francisco y un San Pedro Advíncula, del dicho Rivera; nueve cuadros de la Vida de la Virgen, de Lucas Jordán..... y, en fin, una multitud de lienzos notables, si no de primer orden, de Palomino, Zurbarán, Murillo, Vandik, Rubens, Valentín Díaz, etc.

Yo le había dicho que si por indiscreción o vanidad suya alguna persona, cualquiera que fuese, llegaba a conocer nuestro secreto, le aborrecería... Después del día en que hablé con él en las Cortes, cuando se empeñó en que le habíamos de seguir a bordo de no qué barco, y al fin nos envió a casa con fray Pedro Advíncula; después de aquel día, digo, no le había vuelto a ver... Mi madre sospechaba de ti y le había prohibido entrar en casa. ¿Recuerdas aquella anciana pordiosera que iba a casa a vender rosarios?

Cuando nos retirábamos, entraron en la sala Inés y Asunción, conducidas por un fraile. Fray Pedro Advíncula, ¿qué es esto? dijo doña María . ¿Me explicará usted al fin el singular suceso de la desaparición de las niñas?

Su casa es una fortaleza a prueba de galanes. ¿Sabe usted que lo ha hecho por consejo mío? ¡Picarón!... ¿De veras que ya no hay nada? Nada. Es una determinación acertada. Hágase usted católico y le prometo arreglarlo todo. Ya es tarde. Advíncula rió de muy buena gana, y apretando las manos al lord, ambos frailes se despidieron de él con cariñosas demostraciones.

Como que te la llevaste a las Cortes una tarde... , cuando salieron y cayó la bomba, y les dio auxilio el padre Pedro de Advíncula... El pobre D. Paco estuvo enfermo cinco días... volvió a casa lleno de bizmas, porque el estallido de la bomba, ¡asómbrate, chico!, le molió como si le hubieran dado una paliza.

Marchábamos despacio por la muralla adelante hacia las Barquillas de Lope, cuando encontramos a dos padres del Carmen que volvían apresuradamente a su casa. Adiós, Sr. Advíncula dijo lord Gray. ¡San Simeón bendito! exclamó perplejo uno de los frailes . ¡Es milord! ¡Quién le había de conocer en semejante traje! Uno y otro carmelita rieron a carcajada tendida. Voy a soltar el manto real.

Diremos que venimos del Carmen, donde fray Pedro Advíncula nos entretuvo contándonos vidas de santos. Otras veces le hemos dicho esto, y luego fray Pedro Advíncula no nos ha desmentido. Es un santo varón y yo le quiero mucho.