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Actualizado: 20 de mayo de 2025
¡Estás loca! repitió tristemente el tío Manolillo. Pero decidme... decidme... ¿cómo sabéis vos que esa mujer... doña Clara... ama á Juan? ¿Quieres tú saberlo también? ¿Que si quiero? ¡Sí! Pues bien, ven conmigo. ¿A dónde? A palacio. ¡A palacio! ¿y qué tengo yo que hacer en palacio? dijo con desdén la Dorotea. Verás lo que yo he visto, verás entrar á Juan en el aposento de doña Clara.
Soy Guillermina, doña Guillermina, la rata eclesiástica. Mírame bien, mírame la cara, los pies... las manos, el mantón negro... Estoy loca con este asilo pastelero, y no hago más que pedir, pedir, pedir al Verbo y a la Verba. Sr. Pepe, ¿me hace usted esos gatillos o no?... ¡peinetas se debían volver!». La idea... la pícara idea i
Creyó doña Rebeca oportuno dar dinero a su hijo Andrés, con más largueza que de costumbre, para que se fuera contento por muchos días; pero él apuñando el pago de la ausencia, no se alejó sin rezongar y sin echar sobre Carmen una mirada licenciosa.
Con tal efusión rompió en llanto la desdichada Doña Francisca, cruzando las manos y poniéndose de hinojos, que el buen sacerdote, temeroso de que tanta sensibilidad acabase en una pataleta, salió a la puerta, dando palmadas, para que viniese alguien a quien pedir un vaso de agua.
Parecía que a la doña Cirila, a su marido, el de la gorra con letras, y a los amigos que les visitaban, se les había tragado la tierra. Por la noche, sintió Fortunata tristeza y desasosiego tan grandes, que no sabía lo que le pasaba. Se habría podido creer que la contrariaba el no ver a nadie de la casa próxima, el no sentir pisadas, ni ruido de puertas, ni nada.
Pero lo que mas realza este palacio es el nacimiento, á cuatro de julio de mil doscientos setenta y uno, de la infanta de Aragon, y despues Reina de Portugal, SANTA ISABEL, que fué hija de D. Pedro 3.º de Aragon, llamado el Grande, y de la Reina Doña Constanza hija de Manfredo rey de las dos Sicilias.
Doña Nieves era propietaria de algunos puestos del mercado y los arrendaba; por esto, así como por sus muchas relaciones, los diferentes tratos en que andaba y los anticipos que hacía a las placeras, ejercía cierto caciquismo en la plazuela. Se hacía respetar de los guindillas, protegiendo al débil contra el fuerte y los contraventores de las Ordenanzas urbanas contra la tiranía municipal.
Además, vuecencia me dijo le recordase que tenía que decirme algo acerca de la señora condesa de Lemos. En efecto, me importa saber uno por uno los pasos que da doña Catalina. Puedo deciros, señor, que cuando yo venía para acá, entraba vuestra hija en las Descalzas Reales. Nada tiene eso de extraño.
La broma cesó al aparecer doña Manuela, vestida con una bata de seda negra, amplia, con larga cola y mangas perdidas que completaba su apostura de reina de teatro. Se había librado de doña Clara, aquella posma que nunca terminaba relato alguno, saltando de una conversación a otra, lo que hacía sus visitas interminables.
El único que tenía consideración, el que menos guerra daba y el que menos comía era Maxi, el de la pasta de ángel, siempre comedido, aun después de que le volvieron tarumba los ojos de una mujer. Sobre esto reflexionaba doña Lupe aquella tarde, cosiendo en la sillita, junto al balcón de la calle, sin más compañía que la del gato.
Palabra del Dia
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