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Apartose del aya, condujo a Engracia unos cuantos pasos hacia el fondo del patio, y allí, con el llanto asomado a los ojos y la voz alterada por la turbación, la refirió en pocas palabras la causa de su enojo.

Y la idea calculada de impedir que su amiga recurriera a la amistad de Zoraida, al fin la hizo ceder. Por otra parte, quería seguir vigilándola. Pensaba que tarde o temprano aquel entusiasmo por Julio acabaría y sería llegado entonces el caso de devolverla al amor de Muñoz. Sin embargo, su enojo no se había calmado. ¿Y por qué no te visita en tu casa? ¡Puesto que Muñoz también te visitaba!

Lo veo, lo veo ahora mismo en la tablilla, y vengo a escape... pronunció imperturbable el recién venido. Y de pronto, haciendo como que reparaba en Lucía, inclinose con soltura, descubriéndose, sin añadir otra palabra. Señor Gonzalvo respondió Artegui recatando el enojo bajo un tono glacial , muy amigos nos habremos vuelto desde que no nos vemos. En Madrid....

No sintiendo Paz ningún ruido en el cuarto donde estaba Pepe, ni siquiera chocar de libros contra tablas, ni el resbalar de la pluma sobre el papel, dirigió la vista hacia el muchacho y le sorprendió mirándola; él bajó la cabeza y prosiguió escribiendo, disgustado, temeroso de que aquello la pareciese mal, y Paz se desvió un poco del sitio donde leía, pero naturalmente, sin ademán de enojo.

La poetisa estaba turulata y no hacía más que abanicarse para disimular su enojo, mientras Cantarranas parecía inclinado, en fuerza de su natural bondad, á ponerse de parte del tremendo crítico. «¡Y para esto me han llamado! decía éste.

Esto no se podía sufrir sin cubrirse de baldón; esto no lo toleraría doña Lupe, aunque tuviera que dar, no sólo el dinero ajeno, sino el propio... Tanto como el propio, no, vamos; pero en fin, así lo pensaba para poder expresar de una manera enfática su grandísimo enojo.

Poco importa el vestido si se lleva el duelo en el corazón apuntó María Josefa, que en los cinco años trascurridos había aguzado prodigiosamente el filo, el contrafilo y la punta de su lengua. Las mejillas de Fernanda se tiñeron de carmín. Se avergonzó como si fuese un delito no sentir la pérdida de Granate. Luego, irritada por aquella hostilidad, estuvo a punto de mostrar violentamente su enojo.

Resolvió, pues, la tía dejar la discusión para el día siguiente; mas tanto la apremiaron la curiosidad y el enojo, que no pudo menos de personarse, pasito a paso, en la sala, y decir a Fortunata, con voz oprimida: «Explícame esto». ¿Esto?... murmuró la prójima, alzando la cara, como quien despierta.

A Esteco se partió con gran enojo, Que á su partir la fuerza le obligaba; El Bachiller García diera un ojo En trueco, por no ver lo que pasaba. La barba, como dicen, en remojo Echó, por ver la de otro se quemaba; Con el Dean se , porque temía Que lo propio será de él otro dia.

¡Oh, válame Dios, y cuán grande que fue el enojo que recibió don Quijote, oyendo las descompuestas palabras de su escudero!