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Si usted no tuviese inconveniente en ello manifestó D.ª Fredes dirigiéndose al poeta, le rogaría me dejase el manuscrito de esa poesía para guardarlo en mi colección de autógrafos y firmas ilustres. El poeta, confundido por tamaña honra, avanzó tropezando hasta el trono de D.ª Fredesvinda y depositó en sus manos el pliego de papel de barba.

La imperial señora lo alargó inmediatamente a su hija Recareda y ésta se apresuró a llevarlo con la misma unción que si fuese una reliquia a la caja donde su madre guardaba los manuscritos más preciosos. Mi colección de autógrafos se dignó decir la señora, paseando su mirada imponente por el concurso es acaso la más rica que hoy existe en Europa.

Es notable, aunque sin ligereza ninguna, su sencilla catedral de estilo bizantino, que data del siglo XI. Aparte de la Universidad, el Arsenal y una multitud de edificios públicos de diversa aplicacion, mas ó ménos apreciables, la Biblioteca de la ciudad llama particularmente la atencion, por su buena configuracion y distribucion de los objetos, y su riqueza de libros, manuscritos, curiosidades, autógrafos interesantes, etc.

El diablo predicador, en dos manuscritos de la biblioteca del duque de Osuna, se atribuye á Francisco de Villegas; particularidad que, no siendo autógrafos estos manuscritos, nada prueba contra la opinión común de que fuera su autor Belmonte.

En los Apuntes autógrafos que me sirven de guía, constan también, aunque en otra forma menos interesante, por descolorida y difusa; razón por la cual, y por el sabroso aderezo que llevan en el diálogo de los dos amigos, le he reproducido al pie de la letra, con preferencia al otro texto, para llenar un requisito que había de llenarse más temprano o más tarde, y es bien que se haya llenado donde se llenó, porque esa luz de más tendremos para llegar más fácilmente a donde vamos...

El padre de Torrebianca, no encontrando ya lienzos ni estatuas como sus antecesores, tuvo que hacer moneda con el archivo de la casa, ofreciendo autógrafos de Maquiavelo, de Miguel Angel y otros florentinos que se habían carteado con los grandes personajes de su familia.

Cada visitante es invitado á inscribir su nombre en ese registro, que viene a ser no solo un elemento curioso de estadística, sino tambien un objeto de gran valor por los millares de autógrafos que reune, cuando concurren personajes eminentes, y por las curiosas observaciones morales á que puede prestarse.

Otro día, encargose Amaury de buscar autógrafos notables para llenar un álbum de Antoñita; algún tiempo después, como tardase mucho Froment Messrice, el Benvenuto Cellini de la época, en cincelar una pulsera para la joven, Amaury se la llevó triunfalmente después de arrebatársela al artista, y por fin, cierta noche que jugaba distraído con una llavecita de oro se la guardó por distracción en el bolsillo, viéndose obligado al otro día por la mañana a devolverla por si Antoñita la necesitaba.

En el Archivo Nacional y en el del Cabildo existen también varios de estos autógrafos.

Miramos con atención y pudimos comprobar que la taba había echado lo contrario a suerte. ¿Y los autógrafos? ¿Cómo desprenderse de las vidrieras que los contienen, cómo arrancar los ojos de ese vivo retrato de los grandes hombres, cuya mano parece palpitar aún en el trozo de esas líneas incorrectas pero firmes?... ¡Y todo ese museo portentoso, centro, núcleo, panorama, del espíritu humano en el tiempo y el espacio!