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-O vencido o vencedor que salgáis desta empresa, señor caballero -respondió el de los Espejos-, os quedará tiempo y espacio demasiado para verme; y si ahora no satisfago a vuestro deseo, es por parecerme que hago notable agravio a la hermosa Casildea de Vandalia en dilatar el tiempo que tardare en alzarme la visera, sin haceros confesar lo que ya sabéis que pretendo.

8 Y les mandó que no llevasen nada para el camino, sino solamente báculo; no alforja, ni pan, ni dinero en la bolsa; 9 mas que calzasen sandalias, y no vistiesen dos túnicas. 10 Y les decía: Dondequiera que entréis en una casa, posad en ella hasta que salgáis de allí.

Los años de don Bernardo Os ponen culpa, don Diego. Confieso que estuve ciego. 275 Es don Alonso gallardo Y gran soldado. Ya es hecho, Y yo me sabré guardar. Un consejo os quiero dar Para asegurar el pecho. 280 ¿Cómo? Que dejéis á España Luego que salgáis de aquí. ¿Á España, Fulgencio?

»Héoslo querido señor, decir, porque deseo que salgáis con honra de aquí, por lo que debo al servicio de Dios como cristiano, y al de S. M. como vasallo suyo, para que trabajéis de hacer algún buen hecho en enmienda de lo pasado, pues hay tanta oportunidad para ello, siendo los enemigos tan pocos y estando tan repartidos y derramados, que es muy gran bajeza de los que aquí nos hallamos habernos dejado sitiar de otros tantos turcos como aquí éramos soldados.

No es esto todo lo que tenéis que hacer. Mande vuecencia. Cuando salgáis de aquí, iréis con vuestra ronda á la calle de San Bernardino, á donde da ese postigo. Dentro de poco, el cocinero mayor de su majestad saldrá por ese postigo. Prendedle junto al muerto, y hacedle cargo del delito. Muy bien, señor. Vamos, señora, guiad á la puerta principal.

Que cuando salgáis de aquí llevaréis de tal recuerdo, que no me olvidaréis jamás. ¿Qué misterio tan incomprensible es este que os arranca de mis brazos, que os defiende de , que me desespera, que me mata?... Mi amor. Extraño amor que se complace en despedazarme. Amor desdichado, muerto apenas nacido. Dorotea, no me obliguéis á ser villano. Conmigo no podéis ser más que lo que sois.

Tengo necesidad de verle hoy mismo, aunque no sea más que para convencerme de mi error. ¿Habéis conservado sus señas? ¡No lo permita Dios! Pues bien, yo trataré de averiguarlas. Tened paciencia, no salgáis para nada de vuestra habitación, y suspended entre tanto toda medicación. Buscó en vano durante quince días. Recurrió a la policía, que le tuvo despistado por espacio de tres semanas.

Aunque fuese mala, no tenéis derecho para afrentarme ni para acusarme, siquiera sea en términos embozados y ambiguos. Respetad a una mujer como a vuestra hidalguía conviene. Y ya que juzgáis que yo me he conducido mal en lo que importa al servicio de vuestra casa y familia, yo me extraño desde este instante de dicho servicio. Por lo pronto, os ruego, dije mal, os exijo que salgáis de mi presencia.

Á la mañana siguiente, vió entrar el cura en su casa á Varmen, la que deshecha en lágrimas le refirió lo que le había pasado. No te apures, hija, le dijo, cuando hubo concluido de hablar: ésos son espumarajos del coraje, que cae cuando la razón vuelve á adquirir su imperio. ¡Padre, no le conocéis! repuso sollozando Varmen, es un desalmado. ¡No salgáis, por Dios, mañana; que os va á matar!

Francisco Montiño, cocinero mayor del rey. Os aconsejo que no salgáis dijo el hostelero ; nadie se mueve de noche aunque oiga lo que oiga. ¡Abrid, vive Dios! exclamó Juan Montiño , ú os abro la cabeza. El hostelero abrió sin replicar. Los tres jóvenes se lanzaron en la calle. Un hombre estaba rodeado de otros cuatro. Otros dos hombres se llevaban un bulto.