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En aquel momento sería bien difícil convencerme de que yo no era un personaje importantísimo, y que el acto que allí se iba a ejecutar no tenía una gran significación en el curso de los acontecimientos de este siglo. Rodeáronme unos cuantos socios de la Junta directiva, hablándome con deferencia.

No ignoro yo que mi tío tiene un corazón muy noble, y no necesitaba esta prueba para convencerme de ello; pero por eso mismo no hay razón alguna para que yo pague con ingratitud sus beneficios. Mi tío quedará solo, y cuando esto ocurra no me separaré de su lado mientras él me lo permita. Después, mi destino futuro está en Dios.

Una de las veces que por allí crucé me sentí tan tiernamente apasionado y aun agradecido, que me acerqué a la reja, y después de convencerme de que nadie me observaba, besé los hierros donde mi saladísimo dueño había puesto tantas veces sus manos. Retireme contento a casa. Aquel feliz estado de espíritu me hizo de nuevo ver las cosas de color de rosa.

Allá en lo alto se oía, interrumpiendo el silencio de la noche, el ruido producido por las banderas del castillo flotando al viento o golpeando sus astas. En una de éstas, ondeaba el estandarte del Duque y sobre él la real insignia, el pabellón de Ruritania. Y nos acostumbramos tan pronto a todo, que me costó algún esfuerzo convencerme de que ya no ondeaba, como hasta entonces, en honor mío.

No es la moda la que coloca la pluma en mis manos: al contrario, he tenido necesidad de discutir conmigo mismo para convencerme de que al resumir en un volúmen las notas de mis viajes, me obedezco, sin tener en cuenta para nada que la moda es esta.

He aquí el campo Quemado y la miserable cueva en cuyo umbral dos niños llenos de harapos se revuelcan en el polvo como perrillos alegres. Entramos. Un olor fétido y sofocante se nos coge a la garganta y me basta una mirada para convencerme de que a la enferma le quedan pocas horas de vida.

¡Oh! no tengo tanto empeño en ir sola replicó tratando de convencerme. Lo que yo objeto es la necedad de quererme impedir que viaje sola como cualquiera otra joven lo hace. Si una doncella tiene la libertad de hacer sola un viaje por ferrocarril, ¿por qué no puedo yo hacerlo también? Porque usted tiene que respetar las conveniencias de sociedad, y una sirvienta no necesita eso.

Y se abalanzó al rostro del enfermo, besando la sudorosa frente. Pero la máscara barbuda y lívida que asomaba por el embozo de las sábanas permaneció inmóvil. El viejo prorrumpió en sollozos. Se acabó.... Esto es cosa hecha. Ya me lo ha dicho uno de los médicos, pero necesitaba verlo para convencerme.

¡El pobre Blair ha muerto! repetía incesantemente, como si todavía hubiera dudado de que su amigo no existía ya y le fuera imposible creerlo. Sin embargo, yo tardaba en convencerme de su sinceridad, porque bien podía estarme engañando, después de todo. Como me invitara, lo acompañé a subir el tortuoso y escarpado camino hasta que llegamos a la pesada puerta del monasterio, a la cual llamó.

Al ponerse de pie dejó caer su pañuelo. Me apresuré a recogerlo, y noté que estaba mojado. La joven se dio cuenta de ello, y me dijo, mostrándome un libro que había sobre la chimenea: Soy en extremo ridícula, ¿no es cierto? Esa novela me ha hecho llorar. Miré el libro, y vi que era una novela de su madre. No necesitaba esta prueba para convencerme de que me engañaba.