United States or China ? Vote for the TOP Country of the Week !


Apesar de esto salió del café taciturno y sombrío; aquello de que Miguel hubiese pagado siendo él quien le invitara, parecíale el colmo de la humillación. Todavía cuando iba en dirección a la puerta cruzando por entre las mesas, se volvió dos o tres veces para lanzar una mirada de desafío al mozo, que ya estaba sirviendo a otros parroquianos sin hacer caso.

Así pudo detener ciertos rumores que circulaban acerca del matrimonio del conde; probó a algunas almas crédulas que no había habido nunca nada entre ella y el conde de Villanera. ¿Cómo suponer que la señora Chermidy invitara al suegro de su amante? Explotó este nuevo conocimiento con igual habilidad que los antiguos.

El coche entró al fin en la casa, haciendo retemblar los cristales de la gran mampara, y se detuvo al pie de la anchurosa y alfombrada escalera... También estaba esta vacía, y sólo vio el niño al pie de ella al grave oso de Noruega, Bruin, como le llamaban en casa, abriendo su gran boca armada de dientes enormes y presentándole la bandeja, como si le invitara a depositar en ella sus premios.

La carta terminaba así: "Yo había cifrado el objeto de mi vida y todas mis aspiraciones en el amor de usted. Por lo mismo tuvieron mis sentimientos una sinceridad incontestable. Jamás hubiera querido conquistar su cariño por otro medio. Pero tal vez por mi sinceridad misma la he de perder para siempre. Ayer pedí a Charito, como favor de amistad, que la invitara para el viernes.

Despertó la Gorgheggi sonriente, sin dolor de muelas; agradeció a su Bonis que velara su sueño como el de un niño; y la dulzura de sentirse bien, con la boca fresca, harta de dormir, la puso tierna, sentimental, y al fin la llevó a las caricias. Mas fueron suaves; mezcladas de diálogos largos, razonables; no se parecían a las ardientes prisiones en que se convertían sus abrazos en otro tiempo. «Así, pensaba Reyes, debieran ser las caricias de mi esposa». Serafina se había acostumbrado a su inocente Reyes y a la vida provinciana de burguesa sedentaria a que él la inclinaba, y a que daban ocasión su larga permanencia en aquella pobre ciudad y la huelga prolongada. Se iban desvaneciendo las últimas esperanzas de brillar en el arte, y Serafina pensaba en otra clase de felicidad. La falta de ensayos y funciones, la ausencia del teatro, le sabía a emancipación, casi casi a regeneración moral: como las cortesanas que llegan a cierta edad y se hacen ricas aspiran a la honradez como a un último lujo, Serafina también soñaba con la independencia, con huir del público, con olvidar la solfa y meterse en un pueblo pequeño a vegetar y ser dama influyente, respetada y de viso. Ya iba conociendo la vida de aquella ciudad, que despreciaba al principio; ya le interesaban las comidillas de la murmuración; hacía alarde de conocer la vida y milagros de ésta y la otra señora, y un día tuvo un gran disgusto porque Bonis no consiguió que se la invitara el Jueves Santo a sentarse en cualquier parroquia en la mesa de petitorio. Cantó una noche, con Mochi y Minghetti, en la Catedral, y sintió orgullo inmenso. Le andaba por la cabeza un proyecto de gran concierto a beneficio del Hospital o del Hospicio. A Mochi no le cayó en saco roto la idea; pero le torció el rumbo. Un gran concierto, , pero no a beneficio de los pobres, sino a beneficio de los cantantes, restos del naufragio de la compañía. Se dio a Minghetti, el barítono, noticia del proyecto, y le pareció magnífico.

¡El pobre Blair ha muerto! repetía incesantemente, como si todavía hubiera dudado de que su amigo no existía ya y le fuera imposible creerlo. Sin embargo, yo tardaba en convencerme de su sinceridad, porque bien podía estarme engañando, después de todo. Como me invitara, lo acompañé a subir el tortuoso y escarpado camino hasta que llegamos a la pesada puerta del monasterio, a la cual llamó.

Mando al segundo una parte, otra la dejo aquí para los amigos que vengan. ¿Irá usted arriba a casa de doña Casta, o vendrá aquí? Iremos arriba... Si paseamos, puede que entremos aquí. Según esté ese. Bueno; esta noche ha de venir mi amigo el crítico. Padilla le invitará a entrar y le ofrecerá dulces. Quiero que se coma uno que tengo yo aquí preparado para él... No sabe usted cuánto le odio.

Hasta á pie me hundía á cada paso que daba, sintiendo bajo mis plantas un horroroso embate, cual si el abismo me acariciara, me invitara ó atrajera, agarrándome por debajo. Sin embargo, logré encaramarme en la roca, llegar á la gigantesca abadía, claustro, fortaleza y cárcel, de una sublimidad atroz, digna en verdad del paisaje. No es este lugar á propósito para la descripción de aquel monumento.