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"Hoy dormidas, sólo tienen nuestros troncos musicales Armonías, que el ambiente saturando van de gracia, Y amedrentan a los niños, a los tímidos y púberes, Que imagínanse que oyen los gemidos de las almas." .................................................. Retiréme de la sombra de las cañas sollozantes Y me vine pensativo, ya muy tarde, hacia mi casa; ¡Y en el bosque proseguía dolorida sus lamentos Una orquesta fabulosa de un millar de verdes flautas!

Después que se despidió, yo, en vez de seguir hacia casa del canónigo, retireme a la mía poseído de fuerte turbación. La cosa no era para menos. Aquella carta daba al traste con todos mis proyectos amorosos. Comencé a pasear agitadamente en sentido oblicuo por la estancia. La tristeza, la cólera y el despecho armaban un verdadero motín en mi cabeza.

Una de las veces que por allí crucé me sentí tan tiernamente apasionado y aun agradecido, que me acerqué a la reja, y después de convencerme de que nadie me observaba, besé los hierros donde mi saladísimo dueño había puesto tantas veces sus manos. Retireme contento a casa. Aquel feliz estado de espíritu me hizo de nuevo ver las cosas de color de rosa.

Retíreme a mi cuarto a meditar el misantrópico axioma enunciado por Susana, bastante desalentada, pensando que yo no valía gran cosa, y que a mis desconocidos amigos, los hombres, se les daba el humillante valor del cero. Sin embargo, mis estudios me parecieron insuficientes y decidí continuarlos con ayuda de las novelas de la biblioteca.

Durante esta parada, bajo el modesto techo de su juventud y de sus amores, retiréme, yo solo, dentro de su cuarto, sumergiendo mi rostro entre las almohadas de aquel lecho vacío, desde donde escuchaba el prolongado choque de los zuecos de los hombres y mujeres que subían y bajaban sin cesar, las gradas de piedra de la entrada, para ir a su turno a arrodillarse y orar junto al vestíbulo.

Retireme temprano, que no les sientan bien a mis canas ver entrar a Febo en los bailes; acompañome mi sobrino, que iba a otra concurrencia. Bajé del coche, y nos despedimos. Pareciome no encontrar en su voz aquel mismo calor afectuoso, aquel interés con que por la mañana me dirigía la palabra.