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Malditas sean dijo la condesa , si han nacido para ser tan desventuradas. Ello es necesario, señora, que yo salga de aquí dijo Quevedo, acabando de perder completamente la paciencia. Por lo mismo que quieres salir, yo no quiero que salgas, y no saldrás. No me obliguéis á cometer una villanía. Será necesario que me mates, y nada me importa morir; ¿no te he dicho que estoy desesperada?

Que cuando salgáis de aquí llevaréis de tal recuerdo, que no me olvidaréis jamás. ¿Qué misterio tan incomprensible es este que os arranca de mis brazos, que os defiende de , que me desespera, que me mata?... Mi amor. Extraño amor que se complace en despedazarme. Amor desdichado, muerto apenas nacido. Dorotea, no me obliguéis á ser villano. Conmigo no podéis ser más que lo que sois.

Tío Manolillo, idos, y no me obliguéis á despacharos; ya veis que aunque hace obscuro, mi hierro huele el vuestro, y siempre le sale al encuentro; en verdad que sois diestro, pero más yo... no me fatiguéis demasiado, hermano, no sea que por descansar os mate.

Esperad, esperad, Montiño dijo el tío Manolillo ; aún falta algo á esa pera. ¡Por Dios! ¡Por su Santísima Madre! ¡Por todos los santos y santas del cielo! ¡No me obliguéis á ser asesino! exclamó el cocinero juntando las manos y llorando. Bien, no lo hagáis; todo se reduce á que desde aquí mismo os lleve yo á la cárcel.

Doña Clara leyó: «Venid esta noche á las dos; yo os esperaré y os abriré. No faltéis, que importa mucho. MargaritaOtra dijo la reina. «Os he estado esperando y no habéis venido; ¿en qué consiste esto? ya sabéis cuánto me importa que vengáis. Os ruego, pues, que no me obliguéis á escribiros otra vez. Venid por el jardín á las doce y encubierto. Margarita

Ahora guardaré prudente silencio sobre estos sucesos, pues decidido estoy a seguir al pie de la letra la reservadísima escuela del diplomático, y así os digo: «No, no me obliguéis, abusando de la dulce amistad, a que revele estos secretos de que tal vez depende la suerte del mundo. No me seduzcáis con ruegos y cariñosas sugestiones que en vano atacan el inexpugnable alcázar de mi discreción