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¡Gachó, buena mano tiés! dijo Potaje con admiración . ¿Y el otro? No ; debe andá po er mundo. Se fue der pueblo, pidió ser trasladao con toa su valentía; pero yo no le orvío. Tengo que darle una razón. A lo mejor, me disen que está al otro lao de España, y allá voy, aunque estuviera en er mismo infierno.

Pero el gitano contestaba a la proposición con exagerados ademanes de miedo. La gente de su raza no gustaba de guerras. ¡Coger él un fusil! ¿Acaso habían visto muchos gitanos que fuesen soldados?... Pero robar que robarás le decían otros. Cuando toque el momento del reparto ¡cómo te vas a poner el cuerpo, gachó!

Judit, que estaba allí cerca, y a quien la madre no podía encontrar, conversaba con un joven de sombrero gacho, levita negra de lustrina y pantalón blanco almidonado, sin guardar distancias, es decir, unida a él por una proximidad inusitada. ¡Ay, mi hija, mi hija! ¿dónde está mi hija? ¡Se me ha perdido mi hija! ¡Judit, Judiiit! exclamaba la señora prolongando el grito.

Y allí ¡venga de cañitas de manzanilla, y venga de pescado frito, y de aceitunitas y alcaparrones!... ¡y venga de aquí! Yo te certifico, grandísimo zángano, que antes de un mes no te pesarían tanto las nalgas como ahora... ¡Ay, niño, si hubieses conocido á la Carbonerilla!... ¡Gachó, qué mujer!... Venía con su madre á recoger la ropa de la compañía porque eran lavanderas.

Pero temeroso de cometer una falta si no daba las gracias a aquel señor, abrumó con palabras dulzonas a Salvatierra, mientras éste miraba al aperador, no sabiendo adonde iba a parar. Si, gachó continuó Rafael. Ya tienes empleo. El señó te hará verdugo de Seviya o de Jerez: lo que escojas. El gitano dio un salto, mostrando su cómica indignación con un desbordamiento de palabras.

Recogió la garrocha, montó, y con suave galope fue hacia la empalizada, prolongando con esta lentitud el ruidoso aplauso de la muchedumbre. Los jinetes que habían recogido a doña Sol saludaron con grandes muestras de entusiasmo al espada. El apoderado le guiñó un ojo, hablando misteriosamente: Gachó, no has estao pesao. Muy bien, ¡pero que muy bien! Ahora te digo que te la llevas.

¡Y que no tiene quita el gachó! ¡Y que no sabe lo que son mujeres! siguió la hermosa contemplándole con admiración. "¡Malo! ¡malo!" dijo para el banquero. Sin embargo, las caricias de su querida le hacían feliz.

Quedándose en Oviedo no le faltaría algún señorón de levita que la tuviera en casa como una imagen comiendo caramelos y haciendo calceta. Y si á mano viene, acaso podría casar hasta con un teniente... ¡Rediós, un teniente!... ¡Hay que ver lo que es un teniente!... ¡Un gachó que manda sobre diez escuadras de hombres!... ¡Casi na!...

...Otra vez me veo entre cristal y cristal, liado en mi capa, el sombrero gacho, sobre las rodillas la manta, la inevitable maleta de cartón al lado. El coche resbala sobre el asfalto; pasamos entre el vaivén mundano, al anochecer, de la Carrera de San Jerónimo. A lo largo del paseo de las Delicias brillan, en la foscura, acá y allá, vacilantes, trémulas, entre el ramaje seco, las luces del gas.

Velázquez, que tenía el pecho oprimido, lo desahogó con un largo suspiro que hizo sonreir á la maga; pero su rostro se frunció de nuevo al oirle decir: ¿Y todo eso será como lo cuentas? ¡Gachó! ¡las cartas no mienten! Cuanto has oído te sucederá.