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En aquel momento se alzaron las cortinas y apareció su marido agitado y descompuesto, contemplándola con ojos de espanto. Irenita dió un grito y se desplomó sobre el pavimento. #Matinée religiosa.#

Y soltando el brazo de don Víctor corrió, levantando un poco la falda de la matinée que vestía, hasta perderse en la obscuridad de la bóveda. Quintanar la siguió dando voces: Espera, espera... loca, que puedes tropezar.

Al cabo hizo su entrada en compañía de Narciso Luna, de Gustavo Núñez y de otra dama que llamaba Enriqueta. Venían de una matinée en casa de la de Somorrostro, donde decía que se habían encontrado casualmente. Marcela había invitado a comer a Gustavo. Todo parecía muy claro. Sin embargo, Elena sintió un leve estremecimiento olfateando la trampa.

Casi tendida ésta en una chaise-longue, quejábase de jaqueca, fumando un rico cigarro puro, cuya reluciente anilla acusaba su auténtico abolengo: tenía sobre las faldas, sin anudarlo, un delantillo de finísimo cuero y elegante corte, para preservar de los riesgos de un incendio los encajes de su matinée de seda cruda, y sacudía de cuando en cuando la ceniza en un lindo barro cocido, que representaba un grupo de amorcillos naciendo de cascarones de huevo en el fondo de un nido.

Esta niña gastaba aún los cabellos trenzados, con un lacito en la punta de la trenza, lo mismo que la última de las de Alcudia, con quien sostenía tímida e intermitente conversación. El traje una matinée azul, demasiadamente corta para sus años. Los señores de Calderón solo tenían esta hija y un niño de dos años.