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El conde de Rumblar dijo que iba a escribir a su maestro D. Paco, para que le dijera qué operaciones convenían más; pero como todos se rieran de esta ocurrencia, nuestro generalito se amoscó y fué a que le consolara con sus adulaciones interminables el lugarteniente Santorcaz.

Lacante sonríe con bondad ante esos holocaustos en su honor y defiende a las víctimas con buenas razones un poco flojas. Su equidad natural se deja adormecer por el rumor de esas adulaciones abundantes y locuaces, que no le permiten siquiera desarrollar su opinión.

M. Morel Fatio ha compuesto con ellas capítulo de su libro , emitiendo el juicio que de Antonio Pérez su autor tenía formado, sin que lo modifique la penosa impresión de las declaraciones que hace. «Las peticiones de favor y dinero al Rey; las protestas de adhesión dictadas por el hambre; las adulaciones bien pensadas en objeto y precio, no inspiran, dice, más que conmiseración.

La señora... o más bien Margarita de Schminspaen, era sirvienta, y yo lacayo, en Bruselas, en casa del conde de Bruinsteen, un hombre gastado y loco que se pasaba ocho meses del año en su sillón, paralizado por la gota. Margarita, por medio de halagos y adulaciones, lo tenía dominado por completo.

¿Y el oro da la felicidad? la da á los imbéciles, que creen verdades las adulaciones de los miserables; pero la sed del corazón no la calma el oro. Ni un maravedí quiero tuyo. Y escucha: como dentro de un momento no esté preso don Juan Téllez Girón, que está en el alcázar y en el cuarto de su esposa, y ese Quevedo no duerma preso esta noche, obro, duque, obro y ¡ay de ti en el momento que yo obre!

Cuando la enterraron, los curiosos que fueron a verla ¡esto que es inaudito y raro! la encontraron casi bonita; al menos así lo decían. Fue la única vez que recibió adulaciones. Los funerales se celebraron con pompa, y los clérigos de Villamojada abrieron tamaña boca al ver que se les daba dinero por echar responsos a la hija de la Canela.

Era Sabel la reina de aquella pequeña corte: sofocada por la llama, con los brazos arremangados, los ojos húmedos, recibía el incienso de las adulaciones, hundía el cucharón de hierro en el pote, llenaba cuencos de caldo, y al punto una mujer desaparecía del círculo, refugiábase en la esquina o en un banco, donde se la oía mascar ansiosamente, soplar el hirviente bodrio y lengüetear contra la cuchara.

Puede ser también que lo conquistase el culto entusiasta de la Marquesa y su admiración fecunda en adulaciones, pues los más listos se dejan atrapar por ellas. La vanidad del uno y del otro, aunque desde puntos de vista diferentes, ha podido ser el lazo de esa amistad tan desproporcionada en apariencia.

Juzgándome arruinado, todos aquéllos que mi opulencia humilló, cubriéronme de ofensas. Los periódicos, con triunfal ironía, publicaron mi miseria. La aristocracia, que balbuceaba adulaciones, inclinada a mis pies de Nabab, ordenaba ahora a sus cocheros que atropellasen en las calles el cuerpo encogido del escribiente de secretaría.

Y, además amigo mío, aun cuando se me probase que Luciana ha querido ante todo asegurarse una posición y un marido de buena voluntad, y que había usado de astucia para pescarme en el anzuelo de su belleza, sería ya tarde para desdecirme, pues he dado mi palabra. Pero tranquilízate; me ama y me prefiere a todos los que la asedian con sus adulaciones. De otro modo, ¿por qué me había de escoger?