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Actualizado: 4 de mayo de 2025


¡Gracias, hija mía, gracias! exclamó el doctor sin poder contener su júbilo. ¡Eres adorable! ¡Te adoro, Magdalena! le dijo Amaury en voz baja. Entró entonces un criado para anunciar que comenzaban a llegar los invitados. Había que bajar, pues, al salón. Pero Magdalena no quiso hacerlo sin que antes fuesen en busca de su prima.

El cura, asustado al sentir el frío del agua cerca de la espalda daba órdenes para que el santo volviera atrás. Ya estaba al final de la callejuela, en el mismo río; se notaban los esfuerzos desesperados, el recular forzado de aquellos entusiastas que comenzaban a sufrir el impulso de la corriente. Creían que cuando más entrase el santo en el río más pronto bajarían las aguas.

No obstante, el Duque partió para la corte acompañado de su hijo, que veía en esta desgracia un feliz acontecimiento que le permitiría vivir en la población donde Isabel se encontraba. En aquella época, era España uno de los Estados más florecientes de Europa. Bajo el hábil reinado de Fernando VI, que mereció ser llamado el Prudente, el comercio y la agricultura comenzaban a florecer.

Las montañas que cerraban el valle perdían su relieve, ofreciéndose a la vista como informes y monstruosos bultos. El pedazo de cielo que dejaban ver reflejaba débilmente la luz moribunda del sol, puesto ya hacía bastante tiempo, y rompiendo a duras penas esta cárdena luz, comenzaban a brillar algunos tímidos luceros. Extinguíanse los rumores que las faenas agrícolas despiertan en semejante hora.

Cuando comenzaban las lecciones y los ensayos de coro, las niñas se levantaban, se repartían en secciones por el tablado, formaban círculos, los deshacían, como bailarinas de ópera; y los catequistas dirigiendo aquellos remolinos ordenados, aspiraban, entre tanta juventud verde, aromas espirituales de voluptuosidad quinti-esenciada con cierta dentera moral que les encendía las mejillas y los ojos, y causaba en su naturaleza robusta efectos análogos a los del kirschen o del ajenjo.

Doña Cristina daba el último toque á sus cabellos rubios, que ya comenzaban á encanecer, al mismo tiempo que con el rabillo del ojo seguía en un espejo la marcha del reloj colocado sobre el mármol de una chimenea. Eran las tres de la tarde, y á las cuatro tenía que asistir en Bilbao á una junta de señoras católicas, de la que era presidenta, en el Colegio del Sagrado Corazón.

Paquito, en quien comenzaban a revelarse sus notables disposiciones para la pintura, especialmente de retratos, había pintado al pastel uno de su padre, un Villamelón deforme, color de zanahoria, que parecía tener el carrillo izquierdo hinchado, pero no por eso dejaba de tener con el original un más que mediano parecido.

Tales sentimientos comenzaban a abrirse hondo cauce en el alma de Ramiro, cuando su mismo maestro trajo la primera perturbación al abordar de lleno el tema de las tentaciones. Explicó el origen y la naturaleza del Demonio, la transformación horrible de sus formas angélicas al caer del cielo a los infiernos.

Desde por la mañana bien temprano comenzaban a entrar escritores: y como ninguno salía, la consecuencia era que al poco rato el local se atestaba y los redactores zumbaban como verdaderas y genuinas abejas en una colmena, se codeaban, se estrujaban e impedían de todo punto la entrada de los compañeros que llegaban tarde. Redactor hubo que en ocho días no logró poner los pies en la oficina.

Rompían las guitarras en melancólico rasgueo, daba el novio su mano a la novia para que se levantase entre el crujir de las almendras aplastadas por sus pies, y comenzaban a bailar, colocando ella su corona sobre la cabeza del marido.

Palabra del Dia

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