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Cuando el joven Heredia se acercó al despacho del ferrocarril minero que enlaza el puerto de Sarrió con la villa de Lada, solicitando un billete de primera, el expendedor le clavó una mirada honda y escrutadora, y le examinó detenidamente de la cabeza a los pies, preguntándose con curiosidad: ¿Quién será este joven?

¡Majadero! gritó el cura abalanzándose a él con los ojos terriblemente inyectados; pero dulcificándose súbito, añadió: no tienes la culpa... eres Heredia al fin y al cabo, como tu padre, como yo, como mi hermano Pedro... ¡Unos tarambanas todos!... La conversación se había prolongado.

Al cabo, los tricornios charolados de los guardias brillaron allá en la puerta del lagar y avanzaron por entre los árboles. Andrés no pudo impedir que su corazón latiese más de prisa. Detrás de los guardias venía Tomás, que se fue quedando rezagado. El joven se adelantó y preguntó a un guardia: Vienen ustedes a prenderme, ¿verdad? ¿Es usted el Sr. D. Andrés Heredia? Servidor.

El regidor Gaspar González Heredia, queriendo amortiguar el picante de aquella fisga, agregó con seriedad, dirigiéndose a don Enrique: Quizá el ejército del Duque no era suficiente para tamaña empresa, y hay quien presenta al Bearnés como hombre de mucho ardid y coraje, que pelea a la cabeza de sus soldados.

El Teniente Arsenio Ortiz, oficial valiente, pundonoroso y muy conocedor de las sierras orientales, operaba con una fuerza mixta de la Rural y guerrillas; y habiendo sabido por un presentado que la partida de Heredia se encontraba en un lugar denominado Sitges, levantó su campamento, establecido en la finca "La Cristina", y emprendió marcha con dirección al sitio expresado.

Allí se había encontrado con don Enrique Dávila, encerrado ahora en el castillo de Turégano por la conspiración de los pasquines; con Valdivieso, con Heredia, con los hermanos Verdugo, con Antonio Muxica, y muchos otros conocidos, sin exceptuar a Gonzalo y Pedro de San Vicente.

¿Y de qué padece usted, señor de Heredia, del pecho? No, señor; más bien del estómago. ¿No tiene usted ganas de comer? Pocas. ¡Hombre, le compadezco de veras! Debe de ser fuerte cosa eso de sentarse delante de un plato de jamón con tomate y no poder meterle el diente.

Heredia fué muerto; su ayudante, Despaigne, fué muerto también, y si los doscientos negros que componían la partida no fueron totalmente aniquilados, debióse á que la niebla, que en esos parajes jamás se disipa por completo, favoreció la fuga de aquellos desgraciados.

Las compañías principales, que se distinguieron en la capital, hacia el año 90 del siglo XVI, fueron las de Juan de Vergara, Pinedo, Ríos, Alonso Riquelme, Villegas, Heredia, Pedro Rodríguez, Jerónimo López, Alonso Morales, Alcaraz, Vaca, Gaspar de la Torre y Andrés de Claramonte.

Pues ¿qué es Parrón, más que un hombre? repuso Manuel con altanería. ¡Á la formación! gritaron en este acto varias voces. Formaron las dos compañías, y comenzó la lista nominal. En tal momento acertó á pasar por allí el gitano Heredia, el cual se paró, como todos, á ver aquella lucidísima tropa.