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Allá, a lo lejos, los ojos del joven columbraron un grupo de chimeneas altas y delgadas como los mástiles de un buque y adornadas de blancos y negros y flotantes penachos de humo. En torno suyo, una población cuya magnitud no pudo medir entonces. Era la metalúrgica y carbonífera villa de Lada. Mucho humo, mucho trajín industrial, mucho estrépito, muchas pilas de carbón, muchos rostros ahumados.

Tomás y su hermano, no viendo cerca el obstáculo capital para el logro de sus propósitos, apelarían a medios más suaves. Y sin poner los pies fuera del lecho quedó resuelto de modo irrevocable que al día siguiente muy tempranito montaría a caballo para tomar en Lada el tren de la mañana. Lo primero que hizo después de levantarse fue buscar a su tío para comunicarle aquel designio.

Mi tía Eugenia vive en Marín. Hace tiempo que no nos hablamos. Mi padre ha reñido con ella... pero ¿qué importa? ¿Y dónde está Marín? A una legua de aquí, camino de Lada. Vamos a allá repuso el joven resueltamente. Y echaron a andar a buen paso por el angosto camino de la cañada. La noche estaba más clara. El disco de la luna asomaba grande, rojo, inflamado, por encima de las montañas.

Se perdía una moza como un sol. ¡, del mediodía! Déjame pasar, Celesto. En seguidita; pero antes vas a decirme adónde vas. A Lada, ¿no lo sabes? Eso no es verdad: te vas a Marín a llevar fruta a tu tía, y de camino a ver a tu primo. ¡Buena gana tengo yo de ver a primos ni a tíos! Vamos, déjame paso, que llevo prisa.

Es indecible el desprecio que en tal instante le inspiraba el recinto de la famosa romería, donde no existe más verde que el de las botellas. Un hombre apareció por la parte exterior del coche, preguntándole: ¿Adónde va usted? A Lada. Bueno, entonces ya me dará usted el billete; no hay prisa... ¡Sr.

Una vez que había ido a Lada, varios jóvenes que salían de un café le dijeron algunas frases obscenas: otra vez, unos señores que habían venido de caza a Riofrío, hallándola sola en un camino, le dijeron también palabrotas groseras, y uno de ellos se propasó a vías de hecho.

Don Félix no admitió este arreglo, quedó disuelto el acto, y a instancia suya fue expedido por el juzgado de primera instancia de Lada despacho de ejecución contra el molinero, por valor de los catorce mil reales. Detrás de ellos, algunos curiosos que les habían visto cruzar por el pueblo, los cuales se mantuvieron un trecho separados de la casa esperando ver en lo que paraba aquello.

Después que salieron de la romería, caminaron la vuelta de Lada por distintos parajes de los que el joven conocía, salvando un collado y marchando después a campo traviesa buen trecho. Lada, sin embargo, estaba por allí más cerca de lo que él presumía. Llegaron en el momento mismo que anochecía.

Esparcidos por el recinto, unos sentados, otros de hinojos, estaban: el maestro de escuela, que era un joven rubio afeminado, con traje de labrador en día de fiesta; el escribano del lugar, que trabajaba toda la semana en Lada y venía los sábados por la tarde a pasar el domingo con su familia; rostro enjuto, nariz aguileña, aspecto de raposo; cierto caballero llamado D. Jaime, hijo del pueblo, que había llegado recientemente de América: color de aceituna, ojos pequeños y hundidos, enfermo del hígado, de cuarenta y cinco a cincuenta años de edad; el sacristán y otras dos o tres personas, que por su aspecto representaban la transición entre el labrador y el caballero.

Y no dio paz al cántico hasta que divisó a una muchacha que llegaba con un cesto sobre la cabeza. Hola, Telva, cuerpo bueno: ¿adónde te vas a estas horas, chiquirritilla? Supongo que no será a Lada... Al mismo tiempo le cerraba el camino con el caballo y le aplicaba golpecitos en las mejillas con la vara. Pues a Lada me voy. ¿Y si te comen los lobos? Poco se perdería.