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Actualizado: 27 de junio de 2025


Cuando el joven Heredia se acercó al despacho del ferrocarril minero que enlaza el puerto de Sarrió con la villa de Lada, solicitando un billete de primera, el expendedor le clavó una mirada honda y escrutadora, y le examinó detenidamente de la cabeza a los pies, preguntándose con curiosidad: ¿Quién será este joven?

Durante el viaje los guardias tratáronle muy cortésmente, dejando traslucir que no concedían importancia alguna a su delito, y que sospechaban que todo se quedaría en agua de cerrajas; pero no consiguió hacerles decir si Tomás había estado en Lada a denunciarlo. Dejáronlo en la cárcel, alojado en el mejor cuarto, que era todavía muy sucio y destartalado.

Así que hubo tomado el desayuno, en compañía de su tío, se echó fuera de casa, para comenzar a poner por obra lo que le habían recetado. Delante de la rectoral estaba el camino, que hacia la derecha y bajando conducía al pueblo, y por la izquierda y subiendo guiaba a Lada; el mismo que él había traído.

Por este tiempo recibió carta de su tío en que le noticiaba cómo Rosa se había escapado nuevamente de casa por no poder sufrir los malos tratos constantes de su padre, quien la achacaba la ruina y la miseria en que había caído. Se había marchado a Lada y estaba sirviendo en casa de unos señores ricos. Andrés se conmovió con aquella carta.

Andrés pasó por el pueblo despertando curiosidad, no sorpresa, porque solían acudir a la fiesta, muy celebrada en los contornos, algunos señoritos de Lada. Rosa le había dicho que la casa de la tía Eugenia estaba hacia la salida. Cuando se vio cerca preguntó por Máxima a una joven que se peinaba a la puerta de casa, delante de un espejillo roto.

Subieron otro poco más, traspusieron la colina que cerraba por aquella parte el vallecito de Riofrío, y bajaron la cuesta hasta que dieron sobre el río. El camino, que era el mismo por donde meses antes Andrés había venido de Lada, fue llano desde entonces. El joven cortesano preguntó a su compañera dónde estaba Marín. Allá, después de un trecho, dejaremos el camino y tomaremos la cuesta.

Yo tenía asuntejos que arreglar aquí, en Lada, y pensando venir hoy, se lo dije... Entonces me dijo: Hombre, Celesto, mañana puede ser que venga un sobrino mío en el tren de la tarde: ¿quieres llevar mi caballo por si acaso?... Oro molido que fuera, señor cura... ¡Vaya, que no faltaba más! Pero lo raro es que usted me haya conocido tan pronto.

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