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Cuando se enfadaba con los empleados de su casa, lo cual sucedía a menudo, y notaba que se ofendían con sus palabrotas injuriosas, solía decirles gritando como un energúmeno: ¿Sabéis, f...., cómo he llegado yo a tener dinero?... Pues recibiendo muchas patadas en el trasero. Sólo a fuerza de puntapiés se logra subir arriba. ¿Estamos?

Durante el primer curso conservaron el aspecto algo encogido de chicos criados entre faldas y limpios de lenguaje, no hechos a la libertad de andar solos por la calle; mas al poco tiempo fueron abriendo oídos a la malicia y teniendo la lengua pronta para la desvergüenza: entróseles la picardía al pensamiento como ciencia infusa, aprendieron a decir palabrotas, pegóseles algo de ese impudor que se recoge al paso, y aumentaron su vocabulario con frases soeces y giros achulados, cuyo sentido acaso no entendían, repitiendo tales cosas por imaginar que hablando gordo harían viso de hombres bragados.

Hoy, mientras enterraban al infeliz Pirovani, no pensaba en otra cosa. «Es preciso que vea á Robledo. El me dirá lo que debo creer de todo esto...» Pero aún no te he dicho que «todo esto» es lo que noto en torno de desde ayer, las miradas de la gente, los gestos de antipatía, las palabrotas que creo adivinar y que después me resisto á haber adivinado... ¡Ay! ¡Es tan horrible todo eso!

Era, nos avergonzamos de decirlo, nada menos que detenerse en la calle y enseñar algunas palabrotas muy malsonantes á un grupo de niños puritanos, que apenas empezaban á hablar.

Recogían, sobre todo el segundón, los juramentos y palabrotas de los gañanes, y andaban siempre con la boca hinchada de obscenidad y ardiendo, uno y otro, en esa urgencia carnal que ataca, de ordinario, a los donceles. Beatriz prefería al mayor, que era rubio y hermoso; pero saboreaba desde luego la femenina fruición de esperanzarlos a la par.

Llególe entonces el turno al último paquete, que era el más voluminoso: abriólo con mucho tiento, por haberse pegado una esquinita del sobre, y al punto salieron de él otros dos en blanco, y un tercero en que venía escrito un nombre que hizo a Jacobo pegar un salto, murmurando una de esas palabrotas groseras, familiares en momentos de cólera o sorpresa aun a personas que presumen de cultas.

Otro jornalero más joven añadió, con una risa bestial: Anda como un perro detrás de esa gringa hermosota que huele tan bien y á la que llaman «la marquesa». Yo también, si pudiera... Y añadió algunas palabrotas que hicieron reir á muchos con expresión salvaje de deseo.

El arzobispo don Bartolomé María de las Heras no había gozado de esas mojigangas; y el primer año, que fué el de 1807, en que asistió a la procesión hizo, a media calle, detener las andas, ordenando que se retirase aquella mujer escandalosa que, sin respeto a la santidad del día, osaba pronunciar palabrotas inmundas. ¿Creerán ustedes que el pueblo se arremolinó para impedirlo?

Es cosa que no comprendo... ¡que algunos tengan tanto y otros tan poco!... Me enfado con papá cuando le oigo decir palabrotas contra los que quieren que se reparta por igual todo lo que hay en el mundo. ¿Cómo se llaman esos tipos, Pablo? Esos serán los socialistas, los comunistas replicó el joven sonriendo. Pues esa es mi gente.

Le mandan que vaya todas las tardes a una cuadra, que dice que pusieron allí la capilla de ellos... y le hacen que cante unas cosas en una lengua, que... no las entiende. Serán palabrotas y pecados. ¿Y ellos, quiénes son? Unos clérigos que se casan.... ¡En el nombre del Padre! ¿Pero se casan... como nosotros?