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Recostada en el altar se encontraba la señora de Moscoso, con un color como una muerta, los ojos cerrados, las cejas fruncidas, temblando con todo su cuerpo; frente a ella, el señorito vociferaba, muy deprisa y en ademán amenazador, cosas que no entendió el niño; mientras el capellán, con las manos cruzadas y la fisonomía revelando un espanto y dolor tales que nunca había visto Perucho en rostro humano expresión parecida, imploraba, imploraba al señorito, a la señorita, al altar, a los santos..., y de repente, renunciando a la súplica, se colocaba, encendido y con los ojos chispeantes, dando cara al marqués, como desafiándole.... Y Perucho comprendía a medias frases indignadas, frases injuriosas, frases donde se desbordaba la cólera, el furor, la indignación, la ira, el insulto; y, sin saber la causa de alboroto semejante, deducía que el señorito estaba atrozmente enfadado, que iba a pegar a la señorita, a matarla quizás, a deshacer a don Julián, a echar abajo los altares, a quemar tal vez la capilla....

Todos ellos son inclinados a mandar y anhelar por cualesquiera empleo y ocupación por despreciable que sea; y procuran desempeñarlo el tiempo que les dura, y manifiestan mucho sentimiento cuando, fuera de tiempo y por algún motivo que hayan dado, se les priva del empleo, teniéndolo por mengua y deshonor; sienten asimismo las palabras injuriosas, y el estar en desgracia del que los manda, de modo que, en cometiendo alguna falta, aunque sean los muchachos, desean que luego los azoten, y no los maltraten de palabras, para volver a la gracia de sus superiores.

Merced á los infames que la han corrompido, corren por la corte injuriosas calificaciones de nosotros y de nuestro club. ¡Que esos infames salgan de aquí! ¡Que se digan sus nombres! respondió la multitud con un rugido. No decía otro: esa especie de hombres no existe. existe exclamó exasperado el primero.

Al ruido se detuvieron algunas personas; el amo de uno de los perros terció en la pelea, y dijo ciertas frases injuriosas al amo de otro. Clara, al ver que se reunía tanta gente, y que algunos mozos la miraban con atención impertinente, avivó el paso; tomó la calle arriba para huir de aquellas miradas.

«Va á ver á la doctora... pensó Ferragut . Todo ha terminadoLamentó la pérdida de esta mujer, aun después de haberla visto con su fealdad trágica y pasajera. Al mismo tiempo le escocían las palabras injuriosas, los insultos cortantes con que había acompañado su salida. Ya estaba harto de oírse llamar «meridional», como si esto fuese un estigma.

Puesto que es necesario dar á seis millones de filipinos sus derechos para que sean de hecho españoles, que se los el Gobierno libre y espontáneamente, sin reservas injuriosas, sin suspicacias irritantes.

D. Diego, que faltando a nuestro parentesco, a nuestra amistad de toda la vida y a cuanto un caballero cortés y bien nacido debe de respeto a una dama, hubierais vos venido a mi propia habitación y estrado a insultarme con injuriosas reticencias. De nadie dependo, y sólo a Dios tengo que dar cuenta de mi conducta.

Cuando se enfadaba con los empleados de su casa, lo cual sucedía a menudo, y notaba que se ofendían con sus palabrotas injuriosas, solía decirles gritando como un energúmeno: ¿Sabéis, f...., cómo he llegado yo a tener dinero?... Pues recibiendo muchas patadas en el trasero. Sólo a fuerza de puntapiés se logra subir arriba. ¿Estamos?

Aún peor le sucedió á un hechicero, gran ministro del demonio, en el pueblo de San Francisco Xavier, pues los mismos cristianos le mataron á palos porque con sus mentiras y patrañas no dejaba de molestar al sencillo pueblo, y desacreditar y vituperar la santa é inocente vida de los Misioneros; ni le valió la autoridad de los Padres, que le sufrían con paciencia y le habían librado dos veces de la furia del pueblo, porque mientras un día, montado en cólera, vendía por misterios las fantasías y por verdades los sueños de su mala cabeza á ciertos nuevos cristianos, y desfogaba su cólera contra los Padres con palabras injuriosas y de escarnio, decía cosas tan indignas, que á un cacique principal, cristiano de muchos años, no le pareció que se podían ya sufrir; por lo cual, poniéndose delante de él, le quitó la gana de predicar más y de vivir, quebrándole los dientes en la boca y los sesos en la cabeza con un palo.

Entre tanto los vencedores banqueteaban y se regalaban muy festivos con la provisión que habían hallado en los navíos, mas á costa de los vencidos todo; porque tomados del vino y brevajes que hacían, salían tan fuera de , que á manadas andaban discurriendo por todas partes, de popa á proa, tomando por entretenimiento y placer escarnecerlos á todos con mofas injuriosas, con visajes ridículos, y tratándolos tan infamemente, como si fuesen una vil canalla de turcos.