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Alejandro entró en el baile, del brazo de su compañera, cuyo espléndido dominó levantó el cotarro de todas las princesas negras que vieron pasar a su lado aquella vasca plebeya, pero blanca. ¡Alejandro, rendido a una «extranjera de Europa!» ¡Qué decepción! ¡El, el más aristocrático swell de la clase, la flor y nata de las academias de baile, entregado a una gringa!

Y como persona bien nacida y cristiana, el rey correspondió a este favor dándole el campo y el marquesado. Debían ser amigos, ¿no le parece?... El alférez era un gran personaje; y su señora la peruana, ¡no digamos! Todavía allá en mi tierra, cuando ven a una gringa emperifollada o a una china que se da aires de señorío, dice la gente, por burla: «Ni que fuese Misiá Rosa la marquesa».

Durante el día, los tratamientos variaban entre hija e hijita, entre y usted, entre madamita y madama, según la edad de la gringa, como él la llamaba cuando la compradora no caía en sus redes.

Era aquella «señorona» la que de acuerdo con Manos Duras había organizado una venganza terrible; una venganza semejante á otras que ellos habían oído contar á los lectores de novelas ó visto por sus ojos en las historias cinematográficas. La gringa rubia quería matar á la pobre niña de la estancia, hija del país, tal vez por envidia, tal vez por otro motivo.

Y entre las señoritas ocurre otro tanto: «Mangacha», «Mecha», «Mechita», «Cochonga», «Chucha», «Cocha», «Coca», «La gringa», «Neneite», «Nenana», «La Negra», «Fifa», «Tina», «Tinita», «Mimí», «Nini», «Nina», «Sisi», «Potota», «Chiveta», «Matesa», «La gata», «Loló», etc., etc. Como se ve, el bautismo ha desaparecido.

Señores que pasaban por millonarios se dejaban adorar meses y meses sin soltar más que insignificantes obsequios, hasta que al fin la pobre mujer creía llegado el momento de realizar sus esperanzas formulando una petición. «Mi gringa linda: no te puedo dar plata porque los negocios andan mal. Además, la plata la gastarías inmediatamente.

Una gran casa, señorita, sea dicho sin ofender á la suya. La plata corre como agua de acequia. Además, la patrona, una gringa bien, nació, según dicen, marquesa allá en su tierra. El italiano, que es un demonio para roerles la plata á los trabajadores, en cuanto se trata de esta señorona parece medio zonzo, y se cuida de que no la falte nada. Anoche hubo reunión con música.

Otro jornalero más joven añadió, con una risa bestial: Anda como un perro detrás de esa gringa hermosota que huele tan bien y á la que llaman «la marquesa». Yo también, si pudiera... Y añadió algunas palabrotas que hicieron reir á muchos con expresión salvaje de deseo.

Después se arrepintió de esta fuga, por considerarla una cobardía, quedando inmóvil, en actitud desdeñosa. Llegó Ricardo y se quitó el sombrero, bajando los ojos humildemente. Quería hablar, pero no encontraba las palabras. Además, ella no le dió tiempo para expresarse. ¿Qué busca usted? dijo con dureza . ¿Es que le ha despedido su gringa? Aquí no se admiten puchos de otra.