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Ramillete de sainetes escogidos de los mejores ingenios de España: Zaragoza, 1672. Contiene entremeses de Alarcón, Calderón, etc. Rasgos del ocio en entremeses: Madrid, 1661. Verdores del Parnaso en diferentes bailes y mojigangas, escritos por D. Gil de Arnesto y Castro: Pamplona, 1697. Laurel de entremeses, repartido en diez y nueve.

Yo no trabajo en mojigangas, amiguita repuso mi antigua ama y de picarme las manos con la aguja, prefiero ocuparme, como me ocupo, en la ropa de esos pobrecitos soldados que han venido con Alburquerque de Extremadura, tan destrozados y astrosos que da lástima verlos.

Ahora los tiernos angelitos, en vez de chuparse el dedo, han dado en la flor de jugar a la masonería y al carbonarismo, y entre burlas y risas tienen arriba sus Cámaras de honor y sus Hornos, donde hacen varias mojigangas, que es preciso denunciar a la policía. Son casi todos chicuelos con más ganas de hacer bulla que de estudiar. ¡Y qué discursos los suyos!

Entremeses nuevos, de diversos autores, para honesta recreación: Alcalá de Henares, 1643. La mejor flor de entremeses que hasta hoy ha salido, recopilados de varios autores: Zaragoza, 1679. Floresta de entremeses y rasgos del ocio á diferentes assumptos de bailes y mojigangas: Madrid, 1680. Vergel de entremeses y conceptos del donaire: Zaragoza, Diego Dormer, 1675.

Despertóle esto la fundada sospecha de si la carta ocultaría algún lazo, y de nuevo renacieron sus temores; mas recordó luego las mojigangas ridículas y los aparatosos misterios de que suelen rodearse siempre los masones, y esforzóse por creer lo que más halagaba sus deseos y ahuyentaba sus recelos: que en todo aquello había tan sólo una broma impertinente y ridícula que había que apurar hasta el cabo, y que la carta de Pérez Cueto era el chasco de Carnaval que debía coronarla.

La biblioteca del duque de Osuna conserva también manuscritos de Calderón: los entremeses de El sacristán mujer, de La rabia, de El robo de las Sabinas, y las mojigangas de Las visiones de la muerte y la de Los guisados.

Las mojigangas eran pequeñas piezas burlescas, semejantes á los sainetes, en que se presentaban caricaturas y máscaras. Fueron más comunes éstas en el siglo XVIII, si bien en los catálogos que existen hay algunas piezas de Calderón y de Moreto que llevan este nombre. Las zarzuelas, operetas ó composiciones pequeñas destinadas al canto. La púrpura de la rosa, de Calderón, es una de estas zarzuelas.

El arzobispo don Bartolomé María de las Heras no había gozado de esas mojigangas; y el primer año, que fué el de 1807, en que asistió a la procesión hizo, a media calle, detener las andas, ordenando que se retirase aquella mujer escandalosa que, sin respeto a la santidad del día, osaba pronunciar palabrotas inmundas. ¿Creerán ustedes que el pueblo se arremolinó para impedirlo?

Cuando los romanos llegaron al Egipto, no pudo resistirles, porque los sacerdotes absorbían en este país la tercera parte de la riqueza nacional, para sus inútiles mojigangas.

La edad del prócer y la de su esposa parecía alejar todo motivo de celos. Sin embargo, «aquellas mojigangas iban picando ya en historia». Un día, hallándose a solas con Cecilia, le preguntó de pronto bruscamente: Vamos a ver, Cecilia, ¿a ti qué te parece de la intimidad que va adquiriendo mi mujer con el Duque? La joven quedó sorprendida.