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Jaime se apresuró a levantarse de su asiento. Aquella criada vieja era «la Papisa». La sillería estaba en un desorden permanente que parecía denunciar la tertulia reunida allí todas las tardes. Cada asiento pertenecía por derecho consuetudinario a una grave persona, y quedaba inmóvil en el mismo sitio.

Mientras hablaba sus ojos permanecían medio cerrados sin que nada pudiese denunciar su pensamiento íntimo; cara de diplomático precavido y astuto, que también podía ser de traidor. Tragomer no se aproximó al grupo y Sorege no hizo ni un movimiento para ir hacia su antiguo amigo. Tragomer cogió de la mesa un periódico ilustrado pero no tuvo tiempo de volver dos páginas.

Introducíanse cautelosamente en los trenes y se ocultaban bajo los asientos; pero el hambre y otras necesidades les obligaban a denunciar su presencia a los viajeros, que acababan por compadecerse de estas andanzas, riendo de sus raras figuras, de sus coletas y capotes, socorriéndolos con los restos de sus meriendas.

Pero ¿cómo, cuando la justicia y la opinión públicas ya se calmaban, viendo lógicamente explicado el misterio, podía surgir él otra vez para refutar esa explicación y denunciar el supuesto heroísmo de la joven, la supuesta infamia del asesino que por salvarse dejaba sufrir a una inocente?... Al hacer tal cosa, habría dado la razón a los que le creían amante afortunado de la muerta y celoso rival del Príncipe!

Aquella actitud contrastaba de tal modo con su habitual solicitud para mirarle, responderle y sonreírle, que no podía menos de notarse la diferencia. Supuse que se refugiaba en aquella insensibilidad aparente por orgullo y para no denunciar su pena por la partida de Lautrec.

Las canas esparcidas en sus sienes que aún parecían más numerosas al contrastar con el negro azulado de su cabeza , unas cuantas arrugas precoces en las comisuras de sus ojos y dos surcos profundos que se abrían desde las alillas de su nariz, demasiado ancha, hasta tocar los extremos de su boca, parecían denunciar el primer cansancio de un organismo poderoso que ha vivido con demasiada intensidad, por considerar sus fuerzas sin límites.

Si llego á denunciar al Alcalde que en una de las quintillas lo habían comparado con el apóstol Santiago, y si hubiese llegado á oídos del cura, que en otros cinco que se titulaban versos, lo llamaban hermosísimo pastor, de seguro va á la cárcel el Directorcillo. ¿Y la magia? ¿Y la derramita? dirán mis lectores.

Aún más: aunque se diera por bueno tal rasgo de generosidad, tanto ella como él, que eran miembros de la Iglesia, tenían el deber de denunciar a la autoridad eclesiástica a cualquier sacerdote que se extralimitase en el ejercicio de su ministerio, para que recibiese el condigno y fraternal castigo que los cánones previenen. Esto redundaba en bien de la fe.

Esperó un día, dos, tres, hasta que viendo que la escena no se repetía, resolvió en su alto criterio denunciar el hecho de una vez á la familia interesada, no sea que, retardándolo, pudiera ser puesto en duda. Pensado y hecho.

Vió entrar y salir á Bozmediano, y calculando que aquella entrada fraudulenta se repetiría, esperó á que se repitiera, para ir inmediatamente, y mientras el joven estuviera dentro, á la casa contigua á denunciar el hecho.