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Actualizado: 6 de julio de 2025
Las ideas de Marner eran confusas; sin embargo, comprendía que debía ir a denunciar el robo, y los grandes personajes de la aldea el pastor, el condestable y el squire Cass le harían devolver a Jacobo Rodney o a cualquiera otra persona el dinero robado.
Aunque el fugitivo asomó la cabeza lo más prudentemente posible, el ligero movimiento de unos helechos bastó para denunciar su presencia al corregidor, que en aquel momento miraba fijamente la eminencia formada por las piedras y el matorral que en parte las cubría. ¡Ah, bellaco! gritó el funcionario sacando la espada y señalándolo á sus soldados. ¡Allí le tenéis! ¡Á pie firme, ballesteros!
Será preciso entonces que prevenga a Máximo, porque tiene la llave de la maleta y no sé dónde la ha puesto. Hágalo usted, se lo ruego, sin denunciar a Luciana. Naturalmente... ¿Por quién me toma usted? Siempre se tienen molestias con las mujeres atacadas por el furor de escribir... Estaba violento y nervioso. ¿Cómo podré dárselas a usted esta noche? ¿Es voluminoso?
Habló muy quedo y con lentitud cautelosa, como quien teme denunciar su verdadera cavilación. Dijo que el Canónigo acababa de referirle los pormenores del lance con los moriscos. Paréceme exclamó gravemente que te pudiste ahorrar tanto riesgo, tratándose de enemigos villanos, para los cuales con algunos corchetes bastaba.
Porque la verdad es que no puedo denunciar a Miguel sin denunciarme a mí mismo... Y al Rey interrumpió Sarto. Y lo propio le sucede a Miguel, que no puede decir palabra contra mí sin acusarse gravemente. Situación llena de interés comentó el viejo Sarto. Si me descubren proseguí, lo confesaré todo y me veré cara a cara con el Duque; pero por ahora no hago más que esperar su próxima jugada.
Además, debía tener en cuenta que al denunciar a su confesor no le causaba daño alguno; al contrario, el castigo en la Iglesia se considera como un bien, como una justa expiación que, cuando va acompañada del arrepentimiento, redime del pecado y nos libra de las penas del infierno. El pobre D. Narciso ignoraba, a pesar de haberla tratado tanto tiempo, con quién se las había.
Neptuno, porque a nadie sino a este había pedido él cita alguna; mas extrañábale, por lo mismo, la singular manera de su redacción y el empeño manifiesto que en ella se notaba de encubrir todo lo que pudiera denunciar su carácter masónico y hacerla tan sólo como una cita galante y misteriosa, según la había juzgado ya, engañándose por completo, la misma Currita.
De entre aquel envilecimiento general únicamente solía alzarse de cuando en cuando la protesta de algún espíritu valiente, magistrado, predicador o literato que condenaba tanta vergüenza: por ejemplo, la voz honrada y atrevida del obispo de Granada, don Garcerán Albanel, que osó denunciar a Felipe IV los abusos del Conde-Duque y la pluma del gran Quevedo. «¿Podrá uno dice éste ser monarca y tenerlo todo sin quitárselo a muchos? ¿Podrá ser superior y soberano y subordinarse a consejo? ¿Podrá ser todopoderoso y no vengar su enojo, no llenar su codicia y no satisfacer su lujuria?»
Y al ver que tardaba en contestar: ¿Querría usted darme a entender que tal vez pensaba en denunciar a usted, en revelar sus planes de conspiración? Yo no quiero dar a entender nada. Alejo Petrovich se perdía por esa mujer. ¿De qué modo? Por su amor, por su deseo de volver a poseerla había olvidado el deber.
Ahora los tiernos angelitos, en vez de chuparse el dedo, han dado en la flor de jugar a la masonería y al carbonarismo, y entre burlas y risas tienen arriba sus Cámaras de honor y sus Hornos, donde hacen varias mojigangas, que es preciso denunciar a la policía. Son casi todos chicuelos con más ganas de hacer bulla que de estudiar. ¡Y qué discursos los suyos!
Palabra del Dia
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