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Hoy, una tercera guerra civil, otro sitio como el último, mataría á Vizcaya. ¿Qué sería de los altos hornos, de tanta fábrica y tanta vía férrea?... Por esto hemos abandonado, quien más quien menos, nuestra antigua bandera. Para servir á Dios no se necesita de política. Nosotros somos cada vez más intransigentes en lo tocante á la sacrosanta religión; ¿pero pelearse por reyes?

Los viajeros flamantes se irritan y blasfeman; los veteranos nos limitamos a citarles el caso de aquel barco de vela salido de San Francisco de California con patente limpia y llegado a Lisboa, habiendo doblado el Cabo Hornos y después de nueve meses de navegación, sin hacer una sola escala y que fue puesto gravemente en cuarentena, a causa de haber arribado en mala estación.

La estupenda y gratísima nueva corrió por todo Socartes. No se hablaba de otra cosa en los hornos, en los talleres, en las máquinas de lavar, en el plano inclinado, en lo profundo de las excavaciones y en lo alto de los picos, al aire libre y en las entrañas de la tierra.

Todo es animación, todo risa, todo alegría. A la puerta del Tribunal hay varias tinajas de aguardiente de coco, que gratuitamente van trasegando los transeúntes. En los hornos se cuecen pastas, y en las mesas de la cocina hay tal número de aves y tal cantidad de tasajos de carne, que hacen recordar las bodas de Camacho. Ese día come y bebe todo el pueblo á costa de su nuevo capitán.

Cada lingote era depositado en un carrito, del que tiraban dos obreros, y avanzaba lentamente hacia los hornos de laminación, solemnemente luminoso, de un brillo divino, como si fuese un ídolo arrastrado por sus fieles. Aresti ya no sentía el asfixiante calor. Le entusiasmaba la original belleza del espectáculo.

Cuando quisiera algo de él, mientras estuviese en la fundición, podía darle sus órdenes por teléfono. Ya se verían, si Sánchez Morueta visitaba los altos hornos; y si su principal no iba por allá, pasaría él por el escritorio antes de marcharse. Sánchez Morueta nada dijo ante un deseo tan claro de evitar toda visita al palacio de Las Arenas. Adiós, hijo mío... Hasta la vista.

En la ribera de enfrente, los altos hornos de Sánchez Morueta elevaban sus torreones de fundición, sus numerosas chimeneas coronadas por las nubes de humo multicolor. Bajo los extensos cobertizos notábase el hormigueo de varios miles de obreros.

Este animal viene indudablemente por Pepita decía Aresti, á quien interesaba Urquiola como un ejemplar raro de egoísmo y brutalidad. Y se fijaba en su sobrina, la cual, á pesar de las insinuaciones de la madre, mostraba más inclinación por Sanabre, el ingeniero de los altos hornos, que por aquel pariente cuya petulancia y descaro parecían intimidarla.

Pues, ¿y en los altos hornos? exclamó después el capitán, Allí va á haber cualquier día una huelga, seguida de la degollina de todos los beatos que toman las oficinas como terreno de conquista. Desde que se fué Sanabre, aquel chico tan simpático, la fundición es un infierno. Pepe tendrá cualquier día una sublevación ruidosa, y á los huelguistas no les faltará motivo.

Por las noches, cuando todo callaba en el industrioso Socartes, quedando sólo en actividad los bullidores hornos, el buen doctor que era muy entusiasta músico, se deleitaba oyendo tocar el piano a su cuñada Sofía, esposa de Carlos Golfín y madre de varios chiquillos que se habían muerto. Los dos hermanos se profesaban el más vivo cariño.