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Si bien es cierto que el Gobierno tiene la misión de velar por la conservación y prestigio de los principios morales y religiosos, también está fuera de toda duda que el más grave error en que pueden incurrir los poderes públicos es apegarse demasiado á las instituciones pasadas, protegiendo la teocracia y permitiendo que los apóstoles del obscurantismo extiendan su hipócrita y solapado dominio á toda la sociedad. ¡Oh! la más espantosa lepra de las naciones es esa masonería clerical, que, ansiando allegar para su causa mundada toda clase de recursos, no vacila en apoderarse de la voluntad de las mujeres indoctas y tímidas para entronizarse mañosamente en las familias, organizarlas á su manera, intervenir en sus actos más secretos, atar y desatar sus vínculos, y crear de este modo un influjo universal que, á poco de extendido, no podrá destruirse sino con una sangrienta hecatombe. ¡Ah! ¡oh! ¡les conocemos bien!

Una masonería de mujeres, que aunque hoy se arranquen el moño, mañana se ayudan todas las unas a las otras. Me desacreditarían, me crearían un conflicto. No le hacía a usted tan medroso. La verdad, Borrén; tengo más miedo a las hablillas, si cuadra, que a un balazo. Será una tontería, pero me fastidia infinito ser el héroe de la temporada. Vamos, hombre, franqueza.

Ahora los tiernos angelitos, en vez de chuparse el dedo, han dado en la flor de jugar a la masonería y al carbonarismo, y entre burlas y risas tienen arriba sus Cámaras de honor y sus Hornos, donde hacen varias mojigangas, que es preciso denunciar a la policía. Son casi todos chicuelos con más ganas de hacer bulla que de estudiar. ¡Y qué discursos los suyos!

Allen y yo expusimos deseos de ingresar en la logia, y después de hacer nuestras pruebas, pasamos a ser hermanos. El venerable era un viejo pirata griego, cuya historia era una serie de horrores. Por esta masonería pudimos enterarnos de algunos datos interesantes para una posible evasión. La ría donde se encontraba nuestro pontón era como un gran lago, de más de una legua de ancho.

En el libro de estatutos y otras memorias de la Catedral se lee: El año 1536, M. Juan Navarro y los Canónigos, hicieron hacer el retablo mayor de masonería; hízolo Maestre Gabriel Francés, y año 1538, murió dicho oficial: está enterrado en la puerta del Coro, costó, como está en blanco y sin dorar, veinte mil escudos.

Nadie ignora que la masonería quedó triunfante en España al estallar la Revolución de 1868; pareció, sin embargo, con harta razón, a algunos caciques de la secta que no estaba aún maduro el pueblo de España para plantear la República, y resolvieron entronizar mientras tanto a un monarca constitucional que fuera entre sus manos un mero instrumento.

Por mediación de nuestra masonería nos trajeron unas limas, una sierra, una brújula de bolsillo y manojos de cáñamo para hacer cuerda. Dormíamos todos en hamacas. Era en invierno, y quedamos los tres convenidos en permanecer con la cabeza tapada, como si tuviéramos frío.

Comenzó a frecuentar el trato de los grandes propietarios de la ciudad, que aunque despreciándole, le abrieron un hueco entre ellos con esa instintiva solidaridad de la masonería del dinero. Para adquirir mayores respetos, se hizo devoto de San Bernardo, pagó fiestas de iglesia y estuvo siempre al lado del alcalde, fuese quien fuese.

Ya no eran el pueblo descontento ni el ejército minado por la masonería quienes atormentaban al tirano; eran el clero y los milicianos realistas, capitaneados por un hermano querido.

Mas tampoco era verosímil que al cabo de año y medio de silencio absoluto, de completo olvido, salieran los masones reclamando los papeles e iniciando su petición con la ridícula bromita muy en carácter, por cierto de enviarle un sellito... Y además, ¡qué demonio!, a él le habían entregado unos papeles para el rey Amadeo, y el rey Amadeo se había ido. ¿Iba a correr de ceca en meca en busca del rey cesante?... ¿Y con qué derecho le pedía cuentas la masonería española, perteneciendo él a la italiana?