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No había quien no se creyese con derecho para darle acerca del particular su bromita más o menos pesada, según la educación del individuo. Mas, por mucho que lo fuesen, jamás se le vio enfadarse ni dar siquiera señales de impaciencia. Reía bondadosamente o se alejaba tapándose los oídos.

Aunque no abusaba, sabía usar perfectamente de la intimidad que el egregio huésped la concedía; se autorizaba con él alguna bromita de buen género, que hacía, no obstante, estremecer de susto a don Rosendo. Conocía que era la preferida y comenzaba a coquetear.

La bromita le pareció tan bien, que no se pasaban cinco minutos sin que la repitiese. Nati la encontraba deliciosa; se reía, presentando la mejilla a los labios del hermoso salvaje. Rafael, al principio, también la encontró graciosa y respondía gravemente a la pregunta de su amigo: Lo tienes. Pene, lo tienes.

La culpa es tuya y nada más que tuya, que estabas continuamente insistiendo con la bromita de tu Pérez... ¡Alguna vez iba a divulgarse la noticia, si , la interesada, parecías hacer para ello lo posible!... ¿Querías que Vázquez te guardara eternamente el secreto?... Además, todavía no sabemos si ha sido él... ¡Y debemos presumir que en ningún caso él ha dado la noticia a esos papeluchos, y menos en esa forma asertiva y categórica!

Al contrario, cuantos más esfuerzos hacía para adquirir aplomo y desembarazo delante de ella, mejor se mostraba la emoción que le embargaba. Al principio la hablaba con cierta serenidad, se autorizaba alguna bromita o frase ingeniosa; después esta serenidad se fué perdiendo, las bromas cesaron. No se podía acercar a ella sin turbarse, no podía darle la mano sin un leve temblor.

Aquí, en Andalucía, casi, casi nos podemos creer dentro de ella. Todo lo componen con aceite las cocineras dije sonriendo. No le pareció bien la bromita. Permaneció grave y severo, y prosiguió desenvolviendo su tesis. No es que supusiera que yo había sido un malversador... pero se autorizaba el dudar que hubiese aprovechado todo el tiempo en cosas útiles. ¡Oh, en cuanto a eso!...

Mas tampoco era verosímil que al cabo de año y medio de silencio absoluto, de completo olvido, salieran los masones reclamando los papeles e iniciando su petición con la ridícula bromita muy en carácter, por cierto de enviarle un sellito... Y además, ¡qué demonio!, a él le habían entregado unos papeles para el rey Amadeo, y el rey Amadeo se había ido. ¿Iba a correr de ceca en meca en busca del rey cesante?... ¿Y con qué derecho le pedía cuentas la masonería española, perteneciendo él a la italiana?

Distaba mucho de ser hermoso ni gallardo: era hombre de unos treinta y cinco años, seco, moreno, los pies grandes y juanetudos y la dentadura muy fea; pero había logrado pasar plaza en seguida de chistoso. Jamás hablaba en serio a sus devotas amigas. Bromita va, bromita viene, un requiebro a ésta, una chufleta a la otra, sin acortarse nunca por estar en medio de un corro numeroso.

Pero esos son unos salvajes replicó doña Celestina . No quiero que la Shele vaya allí. La tratarían muy mal. ¿Y Machín? preguntó el cura . ¿Machín el mozo? ¿El de mi caserío? . Pero, ¿no es tonto ese muchacho? ¡Ah! ¡Claro! No vamos a encontrar un hombre perfecto como los de la Constitución del año doce. El señor vicario se permitía alguna bromita de cuando en cuando contra las ideas liberales.

Miró con ojos escrutadores por algunos instantes a su querida, y haciendo un esfuerzo por sonreír, dijo, tornando a sentarse al lado de ella: ¡Pero qué animal soy! ¡Vaya una bromita salada, y qué bien que te habrás reído de ! ¿Qué dices? preguntó la Amparo estupefacta. ¡Venga esa cartera, picaruela! Venga esa cartera.