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Se casó Zapico, y al día siguiente de la boda, doña Paula, que le miraba de soslayo, con un gesto de desconfianza, tal vez algo arrepentida «de haber estirado mucho la cuerda» observó que el novio estaba muy contento, muy amable con ella, y hecho un almíbar con su mujer. «Gordas las tragas, Froilán, eres un valiente», pensaba ella admirándole y despreciándole al mismo tiempo.

Procuraré prestaros parte de mi fortaleza; emplearé con vos todo el tesoro de consuelos de que mi alma está llena; os enseñaré á encontrar la alegría en la tristeza, el placer en el dolor; haré que, reconcentrada vuestra alma, busquéis la vida en vos misma; os daré el filtro que hace soñar, levantando vuestra alma; seréis mi hija, y yo seré vuestro padre; os retiraréis del teatro, y no entraréis en un convento, viviréis en el mundo, dominándole, despreciándole, engrandeciéndoos á vuestros propios ojos, con la comparación interna de lo que vos valéis, y lo que el mundo vale.

Comenzó a frecuentar el trato de los grandes propietarios de la ciudad, que aunque despreciándole, le abrieron un hueco entre ellos con esa instintiva solidaridad de la masonería del dinero. Para adquirir mayores respetos, se hizo devoto de San Bernardo, pagó fiestas de iglesia y estuvo siempre al lado del alcalde, fuese quien fuese.

Yo quise calmarle, pero como extrañase las mías, y también extrañase al jinete, despreciándole tal vez, se alborotó más y más y empezó a dar resoplidos, a hacer corvetas y aun a dar algunos botes; pero yo me tuve firme y sereno, mostrándole que era su amo, castigándole con la espuela, tocándole con el látigo en el pecho y reteniéndole por la brida.