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Se casó Zapico, y al día siguiente de la boda, doña Paula, que le miraba de soslayo, con un gesto de desconfianza, tal vez algo arrepentida «de haber estirado mucho la cuerda» observó que el novio estaba muy contento, muy amable con ella, y hecho un almíbar con su mujer. «Gordas las tragas, Froilán, eres un valiente», pensaba ella admirándole y despreciándole al mismo tiempo.

Era el único secreto que había entre ama y esclavo; la única mala pasada que ella le había querido jugar.... Y como tampoco había tenido mal resultado, sino muy beneficioso para Zapico, este seguía estimando a doña Paula.

Abajo era día de cuentas. Muy a menudo se las tomaba doña Paula al buen Froilán Zapico, el propietario de La Cruz Roja ante el público y el derecho mercantil. Froilán era un esclavo blanco de doña Paula; a ella se lo debía todo, hasta el no haber ido a presidio; le tenía agarrado, como ella decía, por todas partes y por eso le dejaba figurar como dueño del comercio, sin miedo de una traición. Le llamaba de y muchas veces animal y pillastre.

Doña Paula había casado a Froilán con una criada de las que ella tomaba en la aldea, una de las que habían precedido a Teresa en sus funciones de doncella cerca del señorito. Había dormido como Teresa ahora, a cuatro pasos del Magistral. Este matrimonio era una recompensa para Juana, la mujer de Froilán. Zapico oyó la proposición de su ama con aire socarrón. Creía comprender.